martes, 28 de diciembre de 2010

Para Que No Me Olvides

La casa era desconocida para todo el grupo, excepto para Josema, que conocía con exactitud dónde se guardaban los cuchillos usados en las veladas más exclusivas.

El ascenso fue duro, complejo en algunos tramos transitados por viejos aldeanos a los que tan sólo les quedaba uno o dos dientes en su rostro, curtido por el tiempo y las nieves que habían coronado jornadas anteriores las colinas por las que nunca corrió ni Heidi ni Niebla.

Silvia, aunque agotada por el peso de su mochila, no cesaba de reír y alegrar la penosa subida al resto de sus compañeros de aventuras, de aventuras no sexuales, claro está. Para eso ya llevaba ella una doble vida, destacando entre las demás de su oficio por su original color de pelo azul fosforescente, algo verdoso aquellos días, quizás porque lo usaba como klynex ante la falta de dichos pañuelos de papel, quizás por el agua hiperclorada malintencionadamente de la piscina en que trabajaba Aitor, quien por cierto, esos días curiosamente libró, aún sabiendo que las ancianas reclamaban en los vapores de sus bikinis veraniegos sus atenciones y sus cuidados más selectos tras las duchas o las puertas de los vestuarios.

El camino hasta Béjar fue corto pero intenso para Noemí, conocida entre sus amistades más selectas como Do Re Mí, 9000, o No Te ví, ya que le tocó viajar sola en un autocar de línea de lo más cutre, aferrándose en repetidas ocasiones a causa del peralte de las curvas, a la pierna del hombre calvo y panzudo que se había sentado a su lado, en la parte trasera del autobús. No en pocas ocasiones la inocente chica de pelo rizado y ojos misteriosos sostuvo en sus manos algo más que la celulítica pierna de aquel hombre excitado por los chistes sobre logaritmos neperianos que él mismo solía contarse ante visitas descorteses. Sus ojos se entrecruzaban con el azul de cielo ante el suave tacto de la mano intranquila de Noemí, ya que además ésta se había entregado a un profundo sueño lleno de navajas y bisturís algo oxidados.

En la estación de la Ciudad la esperaban ansiosos el resto de grupo, aguardando su ausencia en el coche escuchando alguna canción de Mónica Naranjo y Raffaella Carrá, obsequio de Israel.

El bus llegó con cinco minutos de retraso, tiempo suficiente para que Juan se impacientara y se arrancara algunos pelos (de la cabeza).

El autobús paró, pero el pasajero no despertaba. Noemí advirtió una mancha en sus pantalones, y decidió pasar por encima de él, intentando no llamar su atención. Pero al apoyar su mano en la cara del hombre y clavarle el hueso nasal en el cerebro, éste emitió un ligero alarido, acallado por un extraño ruido dirigido a la cara del anciano seguido de una extraña pestilencia que Do Re Mí repartió por el resto del Autobús.

Entró en el coche, y el olfato agudo de Miriam lo captó, aunque no dijo nada por vergüenza ajena, ya que durante el viaje ella también tuvo un ligero derrame (no cerebral).

No pudieron llegar a Sanchotello con tanta gente, así que Kit-Kat, el famoso coche, les abandonó y se fue solo hasta llegar a la Casa de los Malos Humos.

El grupo hubo de ascender dos kilómetros de colina hasta llegar al dichoso pueblo.

Javier, Javi para todos, no había soltado prenda desde que el coche les abandonara descaradamente en una Pegmatita Fosilífera Precámbrica. Alicia sin embargo ascendía la colina ligeramente, usando su sostén como gorrómetro, midiendo con él la dirección y la fuerza del viento, viento frío que rasgaba el placer de sus lágrimas.

Al llegar al pueblo fueron recibidos con insultos y amenazas, algunas piedras voladoras (para más información eran migmatitas anfibólicas), y huevos pasados de fecha. Sin duda habían llegado a un pueblo Mormón, y la visita de Geólogos ateos no les hacía ninguna gracia.

Sin embargo los habitantes de Sanchotello no sabían que se enfrentaban a Juan, el hombre de los mil efectos sonoros. Dio un aullido-eructo que petrificó a las ancianas en sus ventanas, quedando como cruzianas en su arenisca. Algún diente quedó para el registro fósil.

Aún un niño subido en las escaleras de una vieja mansión semiderruida tuvo la osadía de amedrentar con improperios a los chicos que subían en silencio para no generar más escándalo. Mas el niño no callaba. Su abuela le observaba desde el balcón divertida, a la vez que amenizaba su concierto de improperios tirándoles castañas pilongas.

Alicia se adelantó al resto, ascendiendo elegantemente por la escalera para encararse al niño. El niño no se amilanó ante su presencia, y siguió farfullando desprecios hacia los jóvenes. Pero el chaval cerró la boca cuando, ante la atónita mirada de la abuela, Alicia le mostró lo que ya no ocultaba su sostén.

Triunfal bajó de nuevo las escaleras mientras la abuela le regaba con castañas la cabeza. Noemí ya no soportó más lo de las castañas, y recogiendo unas cuantas del suelo se las lanzó a la abuela directas a la jeta. Una de las castañas sustituyó imperceptiblemente su ojo de cristal, y otra reventó una de las múltiples verrugas de la anciana. Ante los gritos de dolor Josema le lanzó otra, con entrada directa a la garganta, lo que causó que la mujer comenzara a toser desesperadamente, y en un alarde de pedir auxilio resbaló, partiendo la barandilla carcomida del balcón y cayendo sobre la cara boquiabierta de su nieto.

Aunque el estado de esa familia era lamentable Juan se acercó a ellos y les dijo:

- Y si queréis la revancha, silvad!!

Pero claro, ¿cómo iban a silvar?

Prosiguieron su camino sin más incidentes que un excéntrico repollo venido del cielo incidió directamente en el pelo de Silvia, arruinándole el peinado.

Atravesaron el pueblo, deteniéndose a beber agua en un viejo caño cuyo agua procedía directamente de la nieve derretida de las rañas cercanas. El cartel que coronaba la fuente aclaraba la verdadera procedencia:

"AGUA DE MIERLA"

Abandonaron el término municipal de Sanchotello, y no tuvieron que ascender más de cien metros para llegar a la Casa de los Malos Humos, propiedad de Josema.

Quedaron todos sorprendidos, ya que no se esperaban una casa de ese estilo. No tenía jardín, pero tenía mucho campo “pa correr”. La sobriedad de la fachada invitaba a entrar, pero tan sólo una persona poseía la llave para poder entrar en la casa. Josema miró con recelo al resto de sus compañeros, y arrodillándose ante Miriam le suplicó que le diera la llave, aunque sabía que eso le supondría un castigo nocturno...

Juan comenzaba de nuevo a impacientarse. Necesitaba ir al baño con urgencia y arrebatándole la llave que tanto le había costado conseguir a Josema abrió precipitadamente la puerta y entró, sin pedir permiso, directo al retrete.

Josema no dijo nada, pero en sus ojos se vislumbraba un deseo de venganza ante aquella osadía, que si bien Juan era su amigo, pero no le había dado permiso para entrar antes que él en la casa.

Mandó pasar a todos y los llevó al salón. El gesto en sus caras era común a todos ellos. Sus sonrisas se habían congelado por la Onda de Rosby Polar que esa semana atravesaba la Península, al igual que el agua de las tuberías del baño en el que Juan pretendía mejitar. Finalmente tuvo que salir al exterior, al campo pa correr, y orinar a seis grados bajo cero.

Mientras tanto Javi, Silvia, Alicia, On The Beach, Miriam y Josema fueron buscando acomodo, extendiendo sus sacos en el suelo para refugiarse del intenso frío. Sacaron las provisiones de las mochilas. Al tiempo Miriam las iba colocando por orden alfabético ante la chimenea, procurando que también estuvieran en orden decreciente.

Silvia originó el fuego en la chimenea con su Chispa Natural, pero fueron las cuatros mujeres las que consiguieron excitar el fuego con su Baile del Pañuelo.

De pronto un paquete de carne comenzó a derramar sangre por el suelo. Javi se quedó estupefacto, saliendo al exterior sus miedos infantiles. Las chicas pararon sus risas y a Josema le brillaron las pupilas. Con naturalidad la recogió con papel higiénico que posteriormente arrojó al fuego.

Un fuerte olor a hemoglobina incinerada embargó la Casa de los Malos Humos, y desde ese momento comprendieron el por qué de llamarla así.

Prepararon la parrilla para asar la carne y los vegetales de la dieta herbácea de Monteví. Las risas volvieron al cálido salón. La carne aún sangrante que Juan había traído descansaba en paz en un plato vado.

Nadie conocía la razón de por qué Aitor no pudo acudir a la cita, pero no cabía duda de que estaba presente entre ellos en cuerpo y alma. Sobre todo en cuerpo. Fresquito, bien preservado.

El calor del fuego había reavivado los corazones enamorados de Miriam y Josema, quien recibió su castigo por adelantado. Pero como eso sucedió de puertas para adentro, y no se puede contar…

La cena ya estaba casi lista, cuando alguien se percató de que Sesma no estaba. No había estado con ellos desde que entraron a la casa. Las pupilas de Josema volvieron a brillar ante las ascuas de la hoguera.

No Me Dí se asomó a la ventana y vio a Juan quieto ante la nieve, absorto ante el Eclipse de Luna que se estaba produciendo el 14 de Diciembre de 2001. Dibujó una sonrisa en su cara a la vez que un corazón en el vaho del cristal de la ventana. No fue ella, sino Alicia la que se dio cuenta de que Juan no estaba mirando el eclipse, sino que estaba paralizado por el frío.

Sin protegerse ellos mismos salieron a por Juan a la intemperie. Salieron todos excepto Elemí, que se había quedado perpleja ante la complejidad de los cañones ya poco visibles de la superficie de la Luna, y Sesma realmente había pasado para ella a un segundo plano.

Introdujeron a Juan hacia el interior de la casa, arrimándole a la chimenea para darle calor. Pero su cuerpo se había congelado, y no hubiera sido capaz de articular ninguna palabra. Un toque de Josema hizo que el cubito de hielo se balancease, y ante la estupefacta mirada de todos se estrelló contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos, algunos de los cuales fueron a reposar sobre el brócoli carbonizado. El sonido fue similar a un vidrio roto, y la única persona capaz de decir algo dijo:

- ¡Ostias!

Juan había desaparecido de sus vidas como un viejo vaso roto. Las risas se habían detenido. Miriam se llevó la mano a la boca para no gritar y Silvia no fue capaz de cerrar los ojos ante lo sucedido. Javier apartó la mirada del suelo y vio el corazón dibujado en el cristal.

- ¡Noemí! – exclamó.

Sin embargo Do Re Mí ya no se encontraba con ellos. La hoguera comenzó espontáneamente a originar pequeñas explosiones que llamaron la atención de todos los presentes. Los ojos perdidos de Juan se orientaron (polarizándose en la dirección NS) hacia la chimenea.

Fue Silvia la que se dio cuenta que las explosiones estaban siendo originadas por un goteo constante que provenía del interior de la chimenea. Se acercó y pudo comprobar que las gotas que caían eran rojas, densas, poco oxigenadas. Algo se rompió en el interior de la chimenea, y con gran estruendo cayó sobre el fuego reavivado el cuerpo maniatado y amordazado de Ya No Te Ví, yerto.

La caída del cuerpo produjo la rotura de la parrilla. La carne carbonizada junto con los vegetales y los restos de antebrazo de Sesma quedaron inutilizados, incombustibles, aunque Javi ya se había adelantado y con un palillo de pinchos morunos agarró un trozo de Juan y lo lamió como un Chupa Chups.

Silvia, desconsolada y desconcertada corrió a la cocina y allí se encerró. Josema trató de llevarla a razones, pero todo era inútil. Querían todos que saliera para que nada más pudiera sucederles, abandonar la casa lo antes posible. Blue Hair no decía nada, así que Miriam, temiéndose lo peor, consiguió forzar la puerta de madera de Cedro. Cuando la abrieron Silvia no se encontraba allí.

Silvia ya no se encontraba entre ellos, y eso Josema lo sabía. El cuchillo empapado en sangre que sujetaba entre sus manos presagiaba un trágico final.

Un absorto silencio empapó la cocina, y las miradas concentradas en Josema. ¿Por qué tenía él un puñal manchado de sangre?

- Os juro que yo no he tenido nada que ver en esto, chicos – decía nerviosamente – ¡Lo acabo de coger de la mesa! – gritó angustiado.

- ¿Pero por qué está lleno de sangre? – inquirió nerviosa Miriam.

- ¡Silvia¡ - gritó Alicia desesperada, con la voz en llanto.

De nuevo el silencio se hizo entre ellos. Lágrimas recorrieron diferentes mejillas, humedeciendo los rostros demacrados por el dolor. Miradas furtivas de unos a otros, sin atreverse a pronunciar ni una palabra, ni siquiera un sonido gutural.

El silencio de pronto se vio interrumpido por una alarma electrónica y el murmullo de un ventilador. Josema era el único que sabía de dónde procedía el sonido, ya que conocía perfectamente su casa. Pidió a los demás que le siguieran, y armándose de un valor desconocido en su persona hasta el momento se situó frente a la placa vitrocerámica. Apagó la alarma y lentamente abrió la puerta del horno que estaba justo debajo. Un fuerte olor a pelo reseco empañó su olfato, y Josema no pudo seguir. Fue Javi el encargado de sacar del horno una bandeja con la cabeza asada de Silvia, cuyo pelo ya no conservaba su color azul ni su peinado.

Miriam y Alicia se abrazaron sollozando y salieron de la cocina sin hacer más comentarios. Javi posó la bandeja en el fregadero y allí la tapó con un trapo de cocina. Cuando Josema y él salían de la cocina les pareció oír por última vez la voz de Silvia quejándose porque el trapo le quitaba la visión.

- Algo imposible – pensaron.

Quizá no tanto.

Josema se sentó en un sillón, asombrado por todo lo que estaba sucediendo alrededor. Javi sacó su teléfono móvil para llamar a la Policía, pero dentro de la casa no tenía cobertura, así que decidió ir hasta la puerta de entrada, y llegar a salir de la casa, poder llamar por teléfono.

Pero afuera se había desatado una fuerte tormenta de nieve y viento. Cuando Javi consiguió marcar y que le diera tono se produjo un fortísimo estruendo que rompió todos los cristales de la casa, incluidas las copas de Bohemia de la colección privada de la madre de Josema. La casa se iluminó por completo con una luz blanca intermitente potentísima. Un rayo había alcanzado a Javi, dejándole la coleta tiesa, como al resto de su cuerpo.

Josema corrió a socorrerle, pero lo único que encontró vivo fue el móvil, el cual agonizaba por la sobrecarga, hasta que su corazón de litio dejó de latir. Cogió al móvil y le apagó la pantalla. Le acarició la antena y le dio un beso de despedida. Lo introdujo en una pequeña caja de madera y lo incineró.

Tras echarlo al fuego se percató de que se encontraba totalmente solo. ¿Y Alicia y Miriam? ¿A dónde habían ido?

Josema abrió con sumo pudor la puerta del cuarto de baño, y se quedó perplejo ante el funesto espectáculo. Miriam yacía ahogada, con la cabeza dentro del inodoro, y Alicia miraba al infinito (y más allá....) ahorcada en la ducha con las cortinas de la bañera. Las dos habían sido amordazadas con papel higiénico, lo que le dio la certeza absoluta a Josema de la resistencia del papel que elegía para sus locuras íntimas.

Ya sólo estaba él. ¿Qué había pasado ese día? Ellos sólo habían ido a pasárselo bien, y todos sus amigos y su novia habían perecido en una noche absolutamente irreal. Una noche israelíquida.

Decidió salir, bajar al pueblo y pedir ayuda. Aunque sabía que tenía muchas posibilidades de no llegar nunca a su destino.

Caminó unos cuantos metros por el sendero cuando sorprendentemente él se cruzó en su camino. Clavó sus ojos en los de Josema, cegándole. La luz de su mirada impidió al chico darse cuenta que se estaba aproximando a él. Sólo cuando lo tuvo a su lado se percató de su cercanía, de su odio, del miedo que supone la certeza de saber que vas a morir a manos de aquel a quien amaste, pero que olvidaste fuera.

Josema le acarició, sabiendo que de todas formas todo estaba perdido. Se alejó dirigiéndose al pueblo, observando detenidamente las luces de las estrellas que esa noche brillaban con énfasis tras el eclipse.

Él dio la vuelta y miró de nuevo a Josema, esta vez por la espalda. Éste aguardaba el momento en que arremetiera contra él, que no se hizo esperar.

Josema avanzaba lentamente, con la cabeza alta. Una lágrima escapó de sus ojos cuando sintió la penetrante, ardiente y luminosa mirada de los ojos de Neón de Kit-Kat acercándose a gran velocidad.

El impacto fue rápido, certero y preciso. Arrastró al joven sobre su parabrisas, atravesando el pueblo a gran velocidad, saliendo a la senda por la que habían llegado su dueño y sus amigos, a los que había transportado y ni siquiera le ofrecieron una caricia de agradecimiento. Se precipitó por un angosto barranco, apagando sus ojos, apagando la vida de siete magníficos.

En la mesa un sobre sin abrir, ignorado: “Para Que No Me Olvides”

miércoles, 22 de diciembre de 2010

A las 4


El reloj marcaba las cuatro. Extrañamente las campanadas que anuncian la hora no habían sonado aún. El viejo reloj de carillón del salón ya no funcionaba como antes. se había estrellado contra el suelo la pasada noche Tras el temblor de tierra, pero no se había roto, sin embargo no funcionaba igual. Algo le había pasado, y Ana lo sabía. El cuarto de estar ya no era el mismo sin el sonido de las campanadas a las cuatro.



La luz se filtraba por los cristales de alegres ventanales como cada día. Los programas del corazón de la televisión hacían mella sobre los personajes públicos, inventando a famosos salidos de programas basura, como todas las tardes.

La vecina de arriba, como de costumbre a esa misma hora, sacudió el mantel lleno de migas sobre el balcón de Ana. Eso le molestaba intensamente, pero le gratificaba la visita de los cuervos, que iban allí a comerse las migajas.

Desde la calle se oyó un ruido de motor. El mensajero del quinto salía, como cada tarde, de viaje a Valladolid.

El péndulo del reloj seguía con su histérico tic-tac, pero las campanadas no sonaban aún.

Ana estaba nerviosa. No era normal en ella, y menos a las cuatro de la tarde. Se había producido un cambio en la rutina, y eso la alteraba enormemente.

El hecho de que se rompiera uno de los constituyentes de la tarde no podía significar nada bueno.

Ana, alterada, se mordía las uñas con un intenso nerviosismo. Esperaba la llamada de Isaac, pero ya se retrasaba dos minutos de lo habitual.

La tarde empezaba a cambiar drásticamente. La rutina de cada día estaba variando, y su estado nervioso empeoraba por momentos.

Miró hacia el balcón, y vio con desagrado cómo los cuervos no estaban picoteando las migas de la vecina de arriba, sino que estaban despedazando una paloma blanca que se había aventurado a acercarse a reclamar unas cuantas migajas, pero que había terminado descuartizada sobre el suelo de terrazo del balcón.

Ana sintió ganas de gritar. Todo estaba saliendo al revés. Las manos le temblaban e Isaac no llamaba. El reloj marcaba las cuatro y cinco, pero las campanadas no habían sonado.

De pronto un tremendo ruido llegó desde la calle. Ana miró tras los cristales, y vio que los vecinos del edificio de enfrente, los que parecían formar el matrimonio ideal, estaban discutiendo alocadamente.

El sonido fue causado porque la mujer le tiró una silla a su marido, pero éste la esquivó y cayó por la ventana, estrellándose directamente contra la luna del Renault Clio de Ana.

Tomó aire, abrió la ventana, y se disponía a expulsarlo dando uno de sus estridentes gritos cuando el teléfono sonó. Se quedó con las ganas, pero soltó el aire despacio y se dirigió al teléfono.

Lo cogió y respondió pensando que era Isaac. Ya le estaba echando la bronca por tardar tanto en llamar cuando la voz de una mujer joven le dijo:

- Perdone señorita, ¿es el Parador Nacional de Benavente?

Ana no pudo hacer otra cosa mas que soltar un excéntrico grito al auricular del teléfono inalámbrico que sostenía entre sus manos, grito que pareció durar eternamente.

Cuando su voz no pudo gritar más, desde el otro lado del teléfono se oyó otro grito, pero de mayor intensidad que se le clavó en el oído. Ana, estupefacta ante aquella situación sólo pudo hacer una cosa: gritar aún más a la loca que le gritaba a ella por teléfono. Durante veinticinco largos segundos sólo se oyó por el teléfono el grito de Ana, pero después se unió a su grito el de la loca del otro lado de la línea. Las dos se gritaban incesantemente, y Ana, en un arrebato de ira se dirigió hacia los cristales de alegres ventanales, abrió una de las ventanas, y sin parar de gritar ni ella ni la loca, lanzó con todas sus fuerzas el teléfono inalámbrico al vacío. Pero el teléfono no cayó a la calle como ella esperaba. Ni siquiera cayó encima de su Renault Clio como había caído la silla, destrozando su parabrisas. No. El teléfono fue gritando desde la mano de Ana, cruzando el aire de la calle a excesiva velocidad, hasta la casa del matrimonio perfecto, atravesando la ventana abierta y dándole a la mujer en la cabeza, tirándola al suelo.

Ana, al ver a dónde había llegado el teléfono con la voz de la loca gritando se calló un segundo, pero cuando la mujer cayó al suelo Ana gritó aún más intensa e insistentemente que antes.

La mujer se reincorporó y cogió el teléfono, que seguía gritando. En un ataque de nervios se puso a gritar ella también, y lanzó el teléfono hacia la cara de su marido. Le dio directamente en la nariz, y el hombre, histérico perdido, gritó aún más fuerte de lo que lo estaba haciendo la loca del teléfono inalámbrico.

Cogió el artilugio del suelo entre los gritos de su mujer, los de Ana, los suyos y los de la loca, y lo lanzó sin saber a dónde lo lanzaba, pero con tal mala suerte que salió despedido por la ventana y lo lanzó contra la vecina de arriba de Ana, que seguía sacudiendo manteles con migas en su balcón, donde los cuervos despedazaban los restos sangrantes de la paloma muerta y barrían el balcón con sus plumas.

Mientras, el reloj de carillón de la sala de estar de Ana marcaba las cuatro y diez minutos.

El teléfono incidió directamente en uno de los pechos de silicona de la vecina de arriba reventándoselo, y cayendo la prótesis encima de la cabeza de Ana, que gritaba al son de los gritos del matrimonio perfecto, los gritos que empezaba a dar la vecina de arriba y los gritos de la loca del teléfono, el cual estaba cayendo al vacío, hasta que se estrelló contra la luna trasera del Renault Clio de Ana.

Mientras, el reloj, con once minutos de retraso, daba las cuatro campanadas al son de los gritos de Ana, los gritos de la mujer y del marido del matrimonio perfecto, los gritos de la vecina de arriba y los gritos de la loca del teléfono estrellado contra el Renault Clio, la cual, creyendo que marcaba el teléfono del Parador Nacional de Benavente, marcó el teléfono del hospital psiquiátrico de Santa Cristina, y conectó con la habitación 349, la habitación de Ana, la loca del teléfono.

domingo, 12 de diciembre de 2010

La noche de Morfeo

La luz del sol se ocultó tras las montañas, y el ardor del crepúsculo dio paso al cantar de las chicharras y grillos y al sonido amargo de soledad de los búhos y lechuzas. La calma de la noche sólo se veía perturbada por el sonido continuo y dulce del curso del agua del río, y es que ya se sabe que cuando el río suena agua lleva.

En la oscuridad de la noche tranquila y sin luna decicí descansar al pie de un árbol, un chopo cercano a la vera del agua. Tan dormido me quedé, tan profundo fue mi sueño, que no me enteré que el hada del bosque rozó mis labios con los suyos, pero al separarse de mí tropezó con un grillo despistado, e inintencionadmente calló al agua.

Mas no sabía nadar, y yo seguía indagando la profundidad de la inconsciencia. El grillo me zarandeó, pero yo había decidido quedarme de fiesta con Morfeo hasta altas horas.

Mientras, el hada era arrastrada corriente abajo, y como las hadas no saben hablar, sus lamentos se confundieron con el cantar nocturno de las lechuzas. Su cuerpo yerto, y sus alas desmembradas se enterraron bajo un mato oculto de juncos, al otro lado del meandro.

Los trinos de gorriones refrescaron mi conciencia, devolviéndome los colores del día, de la luz y de la vida. Sentí un beso de plata difuminado en mis labios, pero ya lejano. El sol se asomaba ya por el valle. El resplandor del río y el reflejo solar llenaron de trazas doradas la mañana.

La luna nueva, oscura y temerosa de su existencia se ocultó tras las briznas plateadas que aún quedaron bajo el meandro. Me invadió una enorme sensación de vacío, mientras una lechuza despistada esbozó un melancólico llanto, y Morfeo no descansaba para dormir ahora con el hada. El elfo del bosque subió al árbol cercano a la junquera para darle un beso, pero no despertó. Morfeo seguía de fiesta en el after de la vida, y el elfo descuidadamente tropezó con un polluelo de gorrión, que le puso la zancadilla, y calló al suelo tras una interminable caída. La lechuza no lo oyó. Morfeo crea adicción.


viernes, 10 de diciembre de 2010

¿Y las hostias?

Mirándose en el espejo sintió pudor ajeno. ¿Cómo podría ser alguien en esta tierra tan sumamente imperfecta?

Tomó los hábitos y se ocultó tras ellos. Tras la celosía transcurrió el día, pero nadie fue a visitarlas. No vino ni Dios!

El cura no daría misa. La madre superiora estaría ocupada descubriendo sus órganos genitales con el crucifijo del rosario.

Sus hermanas pasarían inadvertidamente por la capilla, levitando, tras haberse fumado un cigarrillo liado de las hierbas aromáticas que la hermana María cultivaba en la parte de atras del jardín.

Su sed implacable le obligó a salir de su escondrijo celosítico y rauda como una arpía se plantó en la sacristía. Frente a la estatura de un cristo en el que había dejado de creer, y la de una virgen que había dejado de ser virgen en su portal, abrió el sagrario y allí hayó el verdadero amor de su vida.

Alzó sus manos y con sumo cuidado sacó la botella de Ribera del Duero "Gran Reserva" de 1977. Sin dilación arrancó el corcho con los dientes y sacó el cáliz del sagrario sirviéndose una copita. Luego vino la segunda, y la tercera.... y en el albor de la embriaguez se abrió la puerta.

Sonaron tres latigazos, y la monja creyó alcanzar el éxtasis. El padre Lucas apareció enfundado en un corsé de cuero, y agitando de nuevo el látigo preguntó:

- ¿Y las hostias?
- ¡Estoy esperando que me las des tú!

Y agitando el crucifijo de su rosario arrancó sus hábitos.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Juegos de Palabras

Este fue un juego de palabras con el diccionario que hicimos en el taller "Cuéntame un cuento que no te sepas 2009 - 2010", en Valladolid, con Araceli, Camino y Mar. Mª Ángeles como profesora.

Consiste en cambiar durante 3 veces sustantivos, adjetivos y verbos por su definición en el diccionario. El resultado final es sorprendente. ¿Adivináis qué es? Con la imagen estoy dando pistas....

1º - Abertura en la pared para dar luz y ventilación.

2º - Hendidura en la obra de fábrica levantada a plomo para entregar voluntariamente una cosa a otro agente que hace visible las cosas y hacer circular el aire en un sentido.

3º - Abertura en un cuerpo sólido cuando no llega a dividirlo del todo en la aplicación de la actividad humana a algún edificio para hacer algo mecánicamente elevado a metal pesado, maleable, blando, gris y azulado para poner en poder de otro haciendo que el alma se mueva a hacer o no hacer una cosa que tiene entidad a cualquier persona o cosa distinta a la que se habla que tiene propiedad de obrar, que produce una cosa que llama la atención a las que tienen entidad y haber transcurrido cierto tiempo andando enderredor de la mezcla de gases que forman la atmósfera terrestre en uno que se ofende con facilidad.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Habló de Putas La Tacones

Esta es una historia para el taller "Cuéntame un cuento que no te sepas 2008-2009" con la que sorprendí como primera historia que leí en el taller. El trabajo consistía en coger una serie de papelitos del suelo con frases hechas escritas, y componer una historia a través de ellas con un sentido lo más literal posible, obviando el significado popular. Las frases fueron las que destaco en el texto.

Miraba los ojos oscuros de mi cabra mientras la ordeñaba, y ella me miraba extrañada de que le estuviera dando un masaje en sus pechos henchidos y llenos de amor de cabra. Yo mantenía largas conversaciones con mi cabra mientras la ordeñaba. Ella me respondía cariñosa, pero como no sabe hablar castellano entre ella y yo sobran las palabras, pues ni ella me entiende, ni yo balo “cabra”.

Una tarde, mientras la ordeñaba en la ladera de la montaña, pasó por allí “El Monte”, mi primo pueblerino, zoófilo desde los 15 años. Tacones, que así se llamaba la cabra, no pudo resistir la tentación, me dio una coz para que dejara de acariciarle las ubres, y delante de mi, sin ningún tipo de pudor, la cabra se tiró al Monte. El Monte, por supuesto, feliz, se fue con una sonrisa en los labios, una vez que hubieron acabado. Claro, a su edad, todo es felicidad. No es lo mismo tener 27 años que 72, como tengo yo ahora. Todo se ve distinto, con resignación, mirando en fin.

Tacones y yo pasábamos las tardes de verano tumbados en el césped frente a mi cabaña, y tranquilamente veíamos pasar a la gente del pueblo. Yo acariciaba su mata de pelo grueso, y la peinaba con un peine roto que me dejó mi padre como herencia, junto al establo, donde Tacones pasaba sus días. El peine dejaba en su cuerpo rayas, simulando ser una cebra. De pronto, mientras yo peinaba su barba de chivo, y en perfecto castellano me dijo: No me rayes, que mi pelo es liso. Así que dejé de peinarla, y la ordeñé una vez más. Mi cabra comenzó a hablarme de su planeta, y empecé a entender lo cabrón que es el mundo. Me habló de sexo, de amor, y de sentimientos en su pelo. Me habló de putas la tacones, y me habló de drogas y marihuana, y de por qué los cepillos tienen cerdas, y por qué las cerdas tienen dueños que se las cepillan, de por qué las cabras se tiran “al Monte”, y el Monte se va feliz.

Lo que nunca me contó la Tacones es que en su planeta todas las cabras tienen poderes, y que pueden convertir en piedra todo aquello que deseen. Así que cuando La Tacones y El Monte decidieron “living la vida loca” en pecado, y antes de que yo pudiera decir nada, mientras la ordeñaba y le acariciaba las ubres, me lanzó un rayo cósmico y me dejó de piedra, dejándome como una estatua en el jardín de mi cabaña, mientras mi primo y ella vivieron de forma pecaminosa ocupando, de forma ilegal, mi vida, mi alma, y toda mi existencia.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Paradojas en las Hojas - Un blog para todos

Sorpresa, sorpresa! Que nadie conocía este blog! Bueno.... no pasa nada... sólo hace un año y medio que nació con la idea de contar algo... aunque la rapidez de Facebook le ha avocado al olvido por mi parte...




Pero no tiene por qué desaparecer.... así que llega el momento de la redefinición del blog, y prometo prestarle más atención, y además combinarlo con el Face. (Mientras he eliminado casi todas las entradas antiguas y sólo he dejado 2 a modo remembering)

Tenía planteado hace bastante tiempo ordenar y darle formato a todas esas historias o relatos cortos que tengo escritos, y guardados en el baúl de los recuerdos, para algún día publicarlos en papel en una edición limitada a XX ejemplares, etc, etc... Y hoy, haciendo un ejercicio de reflexión creo que no merece la pena el esfuerzo personal y económico que supone, además de lo limitado de la gente a la que llega. Así que teniendo los medios actuales que tenemos, he decidido publicar estas historias libremente en este blog, que las pueda ver y leer todo el mundo, y distribuirlo a vuestro antojo. Si a mí no me cuesta nada escribirlas, que a nadie le cueste leerlas!!

No las colgaré todas de golpe, y tampoco todas serán colgadas. Poco a poco..., en cuanto las saque del disco duro que ahora no funciona, y encuentre los cd´s que no sé dónde están las iré copiando y pegando, y facebook se encargará de avisaros de su actualización.

Mientras, espero que os guste el diseño, y las funciones añadidas. No he querido incluir publicidad, aunque sí actualidad informativa. Abajo os he dejado un acuario.... para que hagáis un click y les deis de comer a mis mascotas virtuales.

En breve colgaré el primer relato corto de "Paradojas en las Hojas". Estad atentos!