viernes, 30 de diciembre de 2011

Recuerdos

Tras atravesar el umbral, la puerta se cierra silenciosa, dejándome en una tenue penumbra a la que mis ojos tienen que adaptarse lentamente. Al fondo, muy al fondo consigo ver una luz pobre y titilante de alguna vela que seguro habré olvidado apagar antes de salir de mi habitación.

Al fondo a la derecha, el baño, cómo no, y justo enfrente está mi cuartito. Es en él donde guardo mi pedacito de mundo, que está hecho a base de corta y pega de recuerdos de todos mis viajes por las 14 placas tectónicas que forman el planeta. Y del planeta he llenado yo de recuerdos mi habitación, que le dan su calidez y su color actual.

No es la luz de una vela la que alumbra mi estancia, sino el brillo de un recuerdo. Y recuerdo que yo soy parte de este minimundo que rapta la esencia de todas mis locuras ahí afuera.

Recuerdo el cuadro de Nueva York, que dota al cuarto de profundidad inmensa, perdida hasta el atardecer del sueño americano.

Y el sueño me lleva hasta la cama, recuerdo de las noches de París, donde la cama dejaba de ser dura para convertirse en blanda cuando tanta gente nos uníamos en una bacanal de olores y sabores de la vida.

Pero de tanta muchedumbre que pasó por este lecho, mi pequeña alcoba con visión al mundo sólo conserva tu perfume. Una mezcolanza de vainilla, sándalo y juventud que embarga la estancia aunque hace años que no has vuelto, ignorando mi soledad enfrentada al mar que se asoma al pie de mi ventana.

Y Las noches quedan rotas por sus olas, que traen el recuerdo de los miles de mensajes recibidos en botellas, que se atesoran en la más recóndita esquina de mi mente, mientras las botellas vacías se acumulan en un rincón de la habitación, tras el armario.

De los caprichos del viaje a Asia Oriental por India, China y Pakistán me quedo el recuerdo de este armario tan grande y espacioso, en el que cabemos perfectamente tú y yo, en el que estamos tan a gusto dentro, sin necesidad de que nadie nos encuentre entre la parafernalia y el carnaval. Los lunes y martes a media tarde suenan en esta habitación los recuerdos de Río de Janeiro, al ritmo del son de un berimbau y un pandeiro que me traen los sonidos de la samba de Brasil y su capoeira. La tarde de los miércoles dejan paso a la sobriedad del silencio, sólo roto por la caída de la ceniza de un cigarrillo al suelo, ceniza que se vuela con el viento del Pacífico, el que se cuela por mi ventana, evocando Madagascar, que agita las cortinas de telas de colores rojos, ocres, naranjas y amarillos de los atardeceres cálidos del continente africano, donde algún día nació tu libertad.

Aunque no estás ya más aquí conmigo, y aunque tampoco te he encontrado ya dentro de mi armario, el recuerdo más importante que de ti ha quedado ha sido la luz de tu mirada, que hoy se torna pobre y titilante en una llama de recuerdos, vacilante ante el viento que llega de Poniente.

Y sin más te vas porque no estás, y en realidad me dejas tan sólo que las paredes se vuelven blancas y puras, como el recuerdo que me queda de los hielos perpetuos de la Antártida. Y miro al horizonte y no veo nada…, sólo nieve blanca y suave, tan esponjosa como la pared almohadillada de mi habitación, que no puedo tocar porque mis manos están presas en esta camisa de fuerza que son los recuerdos de mi vida, alrededor de un mundo fantástico que quizás no exista, que quizás sólo esté lleno de recuerdos y colores, que quizás… quizás… quizás…..

jueves, 11 de agosto de 2011

Por una Taza de Té

Si el odio se pudiera conservar en botellas, habría más litros de esta visible sustancia que de vino. Habría entonces más borrachos de odio que de alcohol. De hecho los hay.

Cuando mi mente se pone a trabajar en los recuerdos, se evocan situaciones que ni siquiera he vivido, pero algunas son tan impactantes que son imposibles de olvidar.

Es en ese momento cuando me siento, y agotada, disfruto de mi taza de té, tranquila, esperando apenas que llegue el momento de volver a amar.



Incluso Alicia podía saber cuándo la estaban tomando el pelo, pero su inocencia llegaba a límites insospechados. Su malicia crecía muy lentamente en ella, y cuando pasó el tiempo hizo mella y le dejó una profunda marca en su ser. Le había pasado por desapercibido que su marido le ponía los cuernos con su mejor amiga, hasta que un día los vio tomando café en una chocolatería. El hecho de verlos juntos no le afectaba de por sí, porque ella también era amiga de Julián, pero no podía aceptar que estuviesen tomando café, y menos aún en una chocolatería, siendo tan extraña la situación.

Todo el mundo, incluso dios y la virgen del motocross, sabía que ella le tenía fobia al café, pues su madre se ahogó con una taza de esta excitante bebida cuando ella apenas contaba 7 años. Para colmo era alérgica al chocolate. Julián conocía perfectamente los resentimientos de Alicia hacia el chocolate y hacia el café, y su actitud taciturna sólo podía delatar una traición.
O así lo pensaba ella.

Todo fue maravilloso hasta después de comer. Julián fue al salón mientras Alicia aún permanecía en la cocina. Típica escena de cualquier hogar. El agua se calentaba en la vitrocerámica, mientras dos bolsitas de té esperaban en sus respectivas tazas. En el fondo de una de ellas estaba escrito con letras negras YO, y en la otra TÚ, lo que demostraba un gran egoísmo por parte de Alicia, ya que ella siempre se quedaba con la primera, dejando que la taza que le daba a Julián fuese para que pensase en ella.

TÚ-TÚ habría sido un poco snob, y YO-YO sonaba a juego infantil, por lo tanto lo más inteligente y egocéntrico era YO-TÚ.

Alicia sirvió el agua en las tazas, que pronto alcanzó un tono rojo muy oscuro. Oía desde la cocina la canción del encabezamiento de alguna telenovela, y sabiendo que Julián no la observaba aprovechó para sacar un frasquito que tenía en un bolsillo del pantalón y le añadió unas gotitas de cianuro a TÚ, suficientes para acabar con un caballo. Se encaminó al salón con una taza de té en cada mano, y cuando iba a ofrecérselo a su esposo, el teléfono sonó. Dio media vuelta y dejó las tazas posadas en la mesita del teléfono para poder contestar.

Afortunadamente se habían confundido, pero Julián se había levantado y estaba a la altura de Alicia cuando ésta colgaba el auricular. Ella se asustó al verle detrás, y enseguida le ofreció el té. Él lo aceptó gustoso, y se sentó en una de las butacas. La mujer se sentó enfrente, con una sonrisa en los labios, mientras movía lentamente con la cucharilla el líquido que había marcado su vida. Lo mismo hacía Julián, agitando simplemente su taza de té.

- Julián, ¿te gusta el café? - preguntó mientras sorbía un poco de té.
- Sabes que no - respondió él fríamente - Yo sólo tomo cacao y té.

Y con estas palabras flotando en el aire, el hombre acercó la taza a su boca. Julián cerró brevemente los ojos, y Alicia, con un bostezo, esperaba resultados.

- ¿Y el chocolate, Julián? ¿Te gusta el chocolate?

Tomó otro sorbo de té esperando la respuesta de su marido, que empezaba a sentirse incómodo.

- ¿Chocolate? - respondió amenazante - ¡Sabes que es demasiado fuerte para mi úlcera de estómago!

- Pero eso no quita de que te guste. Además, el cacao soluble es chocolate, ¿no?
Julián acabó rápidamente su taza de té, y respondió cansinamente:

- Pero eso es diferente...

No hubo más palabras. El hombre se recostó en la oreja de la butaca, y Alicia observaba cómo sus ojos se iban cerrando lentamente. Miraba atenta a su marido, mientras recostaba su cansado cuerpo en el cuero de la butaca. Acabó su taza de té observándole detenidamente, pero también se dejó balancear muy poquito a poco por el sueño de Morfeo.

Julián terminó cerrándolos, y Alicia sonrió maliciosamente, mientras a ella le quedaban segundos para caer profundamente dormida. Con los ojos ya casi cerrados miró la taza, pero una expresión fría borró la sonrisa de su cara. Estaba leyendo TÚ, y no YO. Apagó su mirada y la taza cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos, deshaciendo en el olvido las letras dibujadas en el fondo de la taza.

Julián creyó despertar de un largo sueño, pero se encontraba sentado ante un tribunal que le juzgaba por el asesinato de su esposa. Fue declarado culpable y condenado a la pena capital por violencia de género con alebosía y traición.
Su último deseo fue una taza de té.


Ahora yo, en absoluta soledad, tomo café en aquella chocolatería. Aún así, muchas veces recuerdo a mi mejor amiga y a su marido, que concluyeron sus días Por una Taza de Té.

sábado, 11 de junio de 2011

Miradas...

Me duele la cabeza. Estoy sentado intentando recordar algo, ¿pero el qué? Ni siquiera yo lo sé.

Me atormenta, y lo sabe muy bien, pero todos los días es lo mismo. No me deja en paz desde hace mucho tiempo.

Intento apartarlo, pero cada día, cada momento, está ahí, como un fantasma que no se aleja nunca de mi mente. Quizás esté loco. Yo.

Soy tres personas en una, se han adueñado de mi cuerpo, pero no de mi alma. Sin embargo mi mente comienza a hacerles caso. Presiento que dentro de poco dejaré de ser yo mismo para convertirme en un extraño, ese tipo de personas que no se conocen, que se preguntan a cada paso ¿por qué?. Y yo, aquí sentado, me pregunto ¿por qué?

Es de día. El sol luce tras las ventanas. Es verano. (De lógica). No tengo ganas de seguir pensando, pero esas dos personas ajenas a mí me dominan, y ellas piensan por mí. Quisiera matarlas, pero ¿qué haría yo sin ellas? Dejaría de pensar.

Una música suena de fondo, pero sus gritos no me dejan distinguir si es bakalao, si es dream, o si acaso es música clásica.
Mónica Naranjo sí que no es.
¡Callaos malditas! ¡No me dejáis escuchar!

¿Acaso has pensado que era Dios? ¡Pues no!
Sí, yo soy tres personas, pero no soy la Santísima Trinidad.
Tampoco quiero serlo.

Tengo algo de rabia escondida, pero no os voy a decir dónde la tengo. Al menos eso sí que es mío y no voy a dejar que me la robéis.

Ellas, ellos, todos dicen que me pierdo, pero eso es imposible. No puedo hacerlo entre toda esa cantidad de gente.
Lo peor no es el tumulto o las erratas de los libros de texto, que son los objetos más ignorantes que existen. Tienen todo el saber en ellos y no se abren para leerse entre ellos. Lo peor de toda multitud que me rodea son sus miradas...

Voy por la calle Mayor de Triana y noto cómo todos esos se fijan en mí. Sus ojos se me clavan en la piel y me corroen el alma.
¿Por qué sin embargo a ellas dos no les hacen nada?
¿Por qué a ellas no las ven y a mí sí?
No.
Estoy equivocado.
Lo que ellos ven no es a mí, es a nuestro cuerpo.
Y digo nuestro porque ya es tan mío como suyo.
Quizá ya sea más de ellas.
¡No! ¡Me niego! Es mi cuerpo, no el vuestro.
Me han vuelto a ganar. Ellas son dos.
Sin embargo ellos sólo ven el cuerpo. No nos ven a ninguno de los tres.
Mejor así.
No. En realidad es peor, porque ellos me miran, y sus miradas no adivinan, sólo violan mi intimidad, y la de ellas dos.
Pero a esas personas que nos miran también las miramos nosotros.
¡Qué miedo me da adivinar aquello que están pensando sobre mí!
¡Qué miedo me da que adivinen lo que nosotros pensamos de ellos!

Una nube pasa por delante del Sol. Se ha hecho de noche. Creo que hace frío. ¡No es invierno! (ilógico, ¿verdad?)

Voy caminando observando cada detalle de esta calle. No es bonita, tampoco larga o ancha. A pesar de ello la gente me mira igual aquí que en la calle Mayor de Triana.

¡Qué raro es el mundo! Mientras yo soy tres personas hay otra gente que dice que no tienen personalidad. ¡Serán bobos...! Les doy yo una de mis personas.
¡No! Tampoco es una buena idea. Si por error me doy a mí mismo les dejaría a ellas adueñarse de mi cuerpo completamente.
¡Qué tonterías digo! Si ya casi se han apoderado de mí. Ya no debería preocuparme de mi cuerpo.

Hoy sigo caminando. La gente oculta sus ojos en el suelo.
Pero no todos.
A lo lejos, al final de esta cuesta que estoy subiendo, (si fuera un cangrejo la estaría bajando), se acercan dos personas, una por cada acera.
Por la derecha se acerca un hombre joven, mirando al suelo.
Por la izquierda, por la misma acera que yo se acerca una chica muy guapa. Para ella es la acera derecha por la que ella va. Realmente es contradictorio que dos personas vayan por la misma acera y para uno sea derecha y para otro izquierda. Seguro que la culpa es del gobierno. Desvía la mirada para todos los lados menos hacia mí. Yo he hecho lo mismo. Creo que la conozco.
El hombre sigue bajando. Anda más pavoneado, más chulo. No sé si quiere hacerse el duro delante de mí. Por si acaso yo voy a hacer lo mismo que él. A lo mejor es la moda.
Ya estoy muy cerca de ella. Hemos bajado la mirada. Se acerca y me ha mirado fugazmente. Lo sé porque yo he hecho lo mismo. Me vuelve a mirar. Pasa por mi lado y me mira de reojo, tímida. En su cara he visto dibujada una sonrisa.
¿Y el otro? Se ha ido por la otra acera sin darme cuenta ¡Podías saludar, ¿no?! – le he gritado.
Se han dado la vuelta los dos. Él me mira con cara de asesino, y pronto vuelve la cara. Pero ella se ha parado e intenta identificarme. Cree que se lo he dicho a ella.
¡Qué lista es! Es a ella a quien realmente quería saludar. Me mira con ojos interrogantes. Me está explorando.
Me doy la vuelta y todo se ha acabado. Esos dos nunca existieron.

Sigo bajando la cuesta. (Si fuera persona la subiría)
No sé lo que soy. Ya te dije que no era Dios.

Estoy llegando a la Plaza Mayor.
Sois estúpidas. ¿Por qué no me dejáis pensar tranquilo? Sois dos plastas. ¡Estáis locas!
Mucha gente pasea por ella. Se divierten dando vueltas a la Plaza. Ahí hay una señora que parece haber estado toda la mañana por allí rodando. Creo que cree que es un huevo lleno de potencial femenino.

Un niño me mira.
¡No!
Es un profesor el que me mira.
¡No!
Era una escuela. Y el profesor le preguntó al niño ¿Quién mató a Abel?
Y el niño le respondió Eso quisiera yo... sabel.
Total, que el maestro fue a hablar con el director, yo que no sé imitarlo..., y le dijo: ¡Ahí hay un niño que dice que no es el hijo de Moisés!
Y el director le respondió: ¡A mí me lo vas a decir, si yo soy Nefertiti!

Estoy en mitad de la Plaza. Mis piernas me han llevado hasta allí.
¿Por qué todos me miran sin mirarme?
¡Dejad de mirarme! Mis otras dos personas me están haciendo bailar.

¡Y esa gorda me echa veinte duros...! ¡Pero no me mira! La moneda sí que me mira. ¡Es el rey!
¡Mentira!
Es el escudo de la bandera española el que me desprecia desde el suelo.

No os entiendo. Me hacéis bailar mientras vosotras os rayáis la cabeza de mala manera.

Y ese niño no deja de mirarme. Sus ojos son profundos, azules como el cielo que hoy no luce. Me mira extrañado. No comprende que lo que hago yo no lo hago. De mayor quiere ser como yo.
Nadie me comprende.
Todos son niños ignorantes que miran extrañados y gordas que echan veinte duros por compasión.
¡Más les valdría tirarlo a una fuente y pedir un deseo!

Ahora me doy cuenta. Soy un egoísta.
Recuerdo que una vez fui pobre.

¡Tengo ganas de saludar a alguien! ¿Por qué? Porque sí, y basta ya de impertinencias.
¿Queréis dejar de moverme? Yo no soy ninguna marioneta, soy algo, ¿pero el qué?
¡No soy tan sólo un paranoico!

¡Esa familia me gusta! Se nota que son una familia feliz. Son una madre y su hijo. El padre andará en los bares, ¡seguro!
- ¡Mamá, zumo!
(Le da un guantazo)
- ¡Pues toma, por zumar!
- ¡Mamá, pis!
- ¡Calla cabrón, que ya te has bebido tres orinales!
- ¡Mamá, pan!
Y la mató.

Y yo pensaba que era el único extraño en este lugar.
¡Qué extraño!

¡Locura! ¡Locura! ¡Locura!
¡El camión de la basura!
¡Locura!

Mi vida es un asco.
¡Nuestra vida es un asco!
Me ha caído una gota. Está lloviendo. ¿Es Otoño?
¡No! Es que me ha defecado una paloma.

Tengo una muñeca vestida de azul...
Esa niña me la roba y le quita el tul...

Quiero salir de mi cuerpo. Estas personalidades me hacen decir demasiadas locuras juntas, y yo no estoy loco, tan sólo paranoico. Algo más, tal vez.
Quizás después sea feliz.
Quizás soy feliz ahora.

¿Cómo puedo estar cerca de los que están lejos sin dejar de estar cerca de los que están cerca?
¡Es la pregunta de Coco!

Ya estoy decidido. Las echaré a ellas. Si mi ser no es enteramente mío, entonces no será de nadie.
Allí hay un policía. Le voy a decir lo que pienso.
No entiendo muy bien la vida, ¿pero no debería ser yo el que manejase a mis piernas y a mis brazos? Entonces, ¿por qué yo no las controlo? ¡Son ellas las que me dominan!
Ahora entiendo.
¿Por qué le he hurtado a ese poli su arma? Me mira asustado, pero más miedo tengo yo...
Alguien grita. ¡Todos gritan! Tengo miedo, y ellos me apuntan con sus miradas.
¡No me miréis más!
El arma está entre mis manos. Es negra. Mis manos están dominadas, no por mí.
¿Habrán conseguido saber mis...? ¡Manos, ¿por qué me apuntáis con ella a la cara?!
¡¡Malditas ¡¡¡NOOOO!!!

(Se oye un disparo)

Me duele la cabeza.
Ellas me han vencido.

viernes, 11 de marzo de 2011

¿Quién Pone Las Reglas?


Los días de los preparativos habían sido muy duros. Ocultar los pasos que daban ante la familia, las faltas a clase en el instituto, y las ausencias en el centro de menores donde 4 de ellas cumplían condena preventiva no fueron fácilmente solapados.

Afortunadamente contaban con una serie de partes médicos, y un sello que Dragostea había robado en un descuido de la enfermera unos meses antes, cuando le diagnosticaron el Principio de Alzheimer. Antes de que la enfermedad la corrompiera a tan temprana edad, más de lo que de por sí ya estaba, decidió compartir sus últimos momentos de lucidez con sus amigas más cercanas, las que había conocido en el correccional de menores, donde estuvo secuestrada 4 meses de su vida.

Compraron unas botellas de ron, whisky y chupitos en un 24 horas próximo al domicilio de Belén, sin que ésta apareciera por la tienda, lógicamente, pues ya la había atracado tres veces. La anciana que regentaba la tienda se había armado con un puñal, y era seriamente peligrosa, pues su vista degenerada le jugaba malas pasadas, hasta el punto de haber apuñalado a un saco de patatas al confimdirlo con un ladrón.

Aquella noche se fueron al monte armadas con sus botellas, una tienda de campaña, sacos de dormir, y su valor, que no era menos importante. Además Elena no resistió la tentación de llevarse una navaja suiza atada a su tanguita rojo. Por el contrario Mari José, a la que el mundo conocía como Mariajo, y últimamente como Ajopringue debido al olor de su aliento, lo que se llevó dentro de una de las copas de su sostén fue un crucifijo. El cristo, por supuesto, se había desclavado una mano y se la había llevado a la nariz, debido a que el olor a sobaquillo era preponderante.

Llegaron finalmente a bosque cerrado, sobre las 10 de la noche. Prepararon la tienda de campaña, los sacos, la cena, y una estupenda hoguera alimentada por el calor del whisky y el ron tostado que tanto le gustaba a Verónica y a Tere, las hermanas que saltaron a la fama por incendiar su casa con 10 años. Verónica era pirómana reconocida y buscada por las autoridades. Al calor de la hoguera que Dragostea había preparado con tanto mimo, los efectos del whisky y el ron caliente empezaron a sentirse en el cuerpo de las jóvenes, cuyas edades no superaban los 15 años. Entre risas, vasos, música disco, y juegos infantilmente pervertidos dejaron que la noche tomara sus cuerpos, cubiertos bajo el amparo de una luna llena, brillante, una luna de plata que acabaría teñida de sangre.

Verónica se había quedado absorta incinerando una ramita, cuando Dragostea sintió un fuerte quemazón en su interior. Su sonrisa se apagó fulminantemente. De pronto se levantó y se adentró en el sotobosque con su mochila a cuestas. Entre chistes y la lujuria del alcohol Elena acarició el filo de su navaja, y un brillo maligno, reflejo de la hoguera chispeó en sus ojos. Tere lo vio, sintiéndolo en su alma, y un ardor íntimo la embriagó en deseo.

Dragostea apareció de entre las sombras, con la cara desencajada, pero con la mente en otro sitio fuera del bosque. La única frase coherente que pudieron oír las demás fue: "¡Chicas, me ha bajado la regla!" Entonces comenzó a bailar sobre la hoguera, aceptando una extraña bebida que un emigrante imaginario le ofrecía. Su mente volaba hacia las nubes de un lejano país, donde sus habitantes plantaban corazones. Comenzó a lanzar multitud de compresas usadas a modo de aviones kamikaces, que quedaron desparramadas por todo el lugar. Lo más duro fue cuando le tocó un millón de yenes, y pretendía que los árboles le despacharan pacharán.

Ajopringue se dio cuenta de lo que había sucedido. A Dragostea le había bajado la regla, y no se había puesto una compresa. ¡Se la había fumado! Entre las risas estruendosas y el absorto estado de Verónica quemando su ramita, Tere se dio cuenta de que el ardor íntimo que había sentido al ver los ojos de Elena no era otra cosa mas que a ella también le había bajado la regla. Muerta de vergüenza salió gritando adentrándose en el bosque, donde su grito se perdió en la noche, en los confines del país lejano donde se había quedado Dragostea gastando su millón de yenes. .

La ramita de Verónica acabó extinguiéndose en sus manos, y cuando despertó de su letargo observó una mancha roja a la altura de la cremallera de su pantalón. Gritó desesperada, pues había olvidado sus tampones en el penitenciario. Agarró una barra de pan y arrebatándole la navaja a Elena, quedándola por consiguiente sin su tanga, abrió de un tajo la barra y le sacó la miga. Antes de usarla se quedó de nuevo absorta mirando para la hoguera. Observó el pan que tenía entre sus manos y dirigiéndose a Elena le enseñó lo que tenía entre sus manos.

  • Mira Elena, tiene Cabello de Ángel- dijo de forma mística.
  • Pero qué dices, si sólo es miga de pan respondió con desinterés.
  • Ya, pero tiene pelos de Angel, el panadero.

Elena sintió que el estómago y la vida le daban vueltas. Intentó salir corriendo, pero tropezó con una roca (una migmatita, para ser más concretos), cayendo al suelo. A todo esto Verónica se había colocado la Miga de Pan a modo de compresa y volvía a estar absorta con la hoguera. Elena se reincorporó, pero no pudo llegar demasiado lejos. Lo suficiente como para vomitarle encima a Ajopringue. Ésta, muerta de asco, lanzó un grito que llegó hasta el país de Dragostea y Teresa, y la embriaguez en la que estaba sumida no le dejaron ver que a la chica que le había vomitado encima también le había bajado la regla de la impresión. De hecho, mientras seguía vomitando dentro de su mochila se clavaba afanosamente un cartabón. Ajopringue, descompuesta de espanto, se quitó su jersey vomitado, salpicando la vida absorta de Verónica, que seguía quemando ramitas. Lanzó la prenda a la hoguera, y alzó los brazos al cielo, clamando clemencia.

Verónica acercó la punta de su ramita al pecho desnudo de Ajopringue, para que observara el rojo incandescente del infierno. Pero el infierno estalló en aquel lugar, cuando se produjo una tremenda deflagración en el lugar donde las chicas habían acampado, la cual fue sentida en una población cercana, desde la cual alertaron a la policía y a los bomberos. Las emanaciones del cuerpo de Ajopringue en forma de metano habían provocado una tremenda explosión, que lanzó los cuerpos de las chicas a varios centenares de metros, provocando un incendio que pronto fue sofocado.

Al realizar las investigaciones pertinentes, la policía achacó el crimen a un depravado sexual, al encontrar multitud de compresas lanzadas por el bosque. La pista definitiva fue un bocadillo relleno con un tanga y un crucifijo, que milagrosamente se había salvado de la pira infame que sesgó la vida de 5 adolescentes.

El análisis de ADN reveló la identidad del supuesto asesino. Ángel el panadero fue acusado de 5 asesinatos y violaciones reiteradas. No volvió a ver la luz del día, mientras las 5 adolescentes gastaban su millón de yenes en un extraño país, tomando exóticas bebidas que preparaban extranjeros en las nubes de colores donde quedaron sus vidas.

miércoles, 5 de enero de 2011

Tu BOcA sAbe a PoDRidO

Nunca jamás olvidaré ese día en que mis labios fueron tuyos dos segundos. Casi me desmayo, si es que no lo hice, mientras me dabas tu eterno beso.

La noche estaba avanzada. Tú, yo y otras gentes alrededor. Un pub muy concurrido nos ocultaba de la luz de las farolas. Injusta luz que recuerda tus defectos mal disimulados bajo un kilo de maquillaje y sombra de ojos.

Toda tú eres un poema.

Tu pelo butano resalta en la mañana. Tu prominente calva luce en la tarde. Tus canas se revelan ante la luz ultravioleta de la noche.

Tu mirada siempre perdida. No sé nunca lo que observas. En tus ojos se refleja la luz de las bombillas, nunca el de las estrellas. Las pestañas largas, pero postizas te producen conjuntivitis. ¡Tú y tu eterna legaña! El color de tus ojos es extraño. No encuentro el equivalente exacto para definirlo. Son de un tono similar al de una bayeta de cocina manchada de café. Puede incluso que se asemejen más al agua turbia que despiden las tuberías de tu casa. Tus ojos se pierden en ojeras fermentadas. Jamás he sabido si me miras a mí o al vecino. Sí, eres bizca.

Tus orejas moldean el viento. Planeas en la vida de la gente como una mosca verde. Esas orejas tuyas tan..., no sé..., apuntan hacia el cielo como una antena. No es casual que terminen en punta y que un rayo te cayera en la derecha cuando estabas en la cuna. Los pendientes ocultan dos verrugas, algo negras, no comprendo por qué. El día de tu comunión te hicieron miembro de honor de la Cofradía de la Virgen de las Velas. No nos extraña, ya que sobre tus pendientes de perla nunca cesan de caer gotas de cera que donas para hacer las velas. Todas tus hombreras están amarillas y no, no es ninguna moda. Lo único bueno es que tus orejas de soplillo son buenas antenas para captar emisoras de radio, y aunque parezca mentira, se ponen coloradas cuando te miras.

Tu tez es oscura, áspera, curtida por el sol de las mañanas en el río, en el que, por cierto, no te bañas. Grasienta y algo pegajosa, con los poros tupidos del pote que utilizas para restaurar tu rostro. Algunas espinillas se enrojecen en sus bordes, y se muestran aún más virulentas. Algo de vello rojizo corona tu labio superior, un ligero mostacho que se mueve con el viento. Me crispa, pero tú no te lo depilas. Ininteligiblemente lo muestras al mundo y se nota su aproximación en la oscuridad. Sombras impenetrables bajo ese bigote. Al final se acabarán confundiendo con los pelos que escapan despavoridos de tus fosas nasales.

Tu barbilla es muy prominente y puntiaguda, también poblada por un extraño vello anaranjado. Sobresale el mentón descaradamente sobre el resto de la cara, aunque ya dudo si es por tu belleza natural o porque esas dos verrugas que lo coronan llaman la atención sobremanera. En cada verruga tienes una espinilla, sucia además, de las que sobresalen unos pelos negros y rizados que se arquean hacia tu cuello... Tu cuello...

Tu cuello, corto y gordo. No te vale ningún collar. Posees una papada que se resbala poco a poco hacia tu pecho. Algunos granos le dan algo de vida, tiznando tu pescuezo de un color verdoso purulento. A veces me recuerda al moco de pavo.

Jamás has dejado y nunca dejarás de moquear. De tu nariz gruesa y abultada, ligeramente aguileña, siempre cuelga una indestructible flema verde fosforescente. Es impresionante ese lunar tan grande que cubre parte de la punta de tu nariz. Es suave y afieltrado, por la espesa melena que lo cubre. Se asemeja a una crisálida plasmada en mitad de tu rostro.

Recuerdo cuando me agarraste con tus manos rudas y gruesas. Manos de mujer labriega, con sus callos y las uñas ennegrecidas. ¡Qué tarde has descubierto el jabón! Sentí tus asperezas en mis manos, que hasta entonces eran suaves e impolutas. Aún entre tus uñas se conservan restos del aceite de tu tractor, el que utilizas para recoger cebada. Me manchaste con el aceite y con restos de mostaza, que ahora sé que pigmentan tu piel. Pero tus manos me sujetaron fuerte, mientras posiblemente mirabas a la inopia. A mí desde luego no me veías. Además se te ocurrió la genial idea de poner tu número 46 de pies sobre los míos, destrozándome los tendones. Me tenías aferrado tan firmemente que nada hubiera podido hacer para escapar de tu ansia.

Estrechaste tu cuerpo rechoncho contra el mío, notando que las prótesis de silicona que te habían puesto estaban mal colocadas, diría incluso que mal cosidas. Tus michelines me daban un calor enorme, y tu falda de tela de saco raspaban mis muslos, contra los que no cesabas de frotarte. Tus pechos caídos rozaban en mi estómago, y eso que eres más alta que yo unos diez centímetros.

Entre el estupor que me habías causado percibí de mala gana tu perfume natural. Desprendías, y aún desprendes, un “ligero” tufo a sudor de cabra mezclado con un potente olor a chorizo putrefacto con queso, un hedor tan horripilante e insolente, tan asqueroso y vomitivo, tan lamentable, repugnante e insoportable, que no podía resistir la tentación de darte dos patadas y escapar, sin embargo lo que hice fue soltarme de tus garras dos segundos y empuñar un ambientador de spray para los baños del bar con olor a pino. Aferraste de nuevo mis manos, pero aún así fui capaz de agitar el ambientador y rociarlo por tu maldito cuerpo y por tu pelo, que seguía emanando grasa y caspa, por supuesto de color naranja.

Instantáneamente se hizo un vacío a nuestro alrededor. El olor a pino descompuesto del ambientador sumado a tus emanaciones generaron una atmósfera irrespirable, podría a afirmar que incluso tomó color pero ya no lo vi, porque mis ojos se llenaron de lágrimas alérgicas que no me dejaron ver el ambiente creado.

Lo que sí pude ver, y sentir, fue cuando abriste la boca y exhalaste tu aliento contra mi rostro. Un olor a basurero o a granja de cerdo invadió mi alma. Mis piernas flaquearon, mis ojos se salieron de sus órbitas, y la cabeza me daba mil vueltas. Quise evadirme de mi cuerpo en aquel preciso momento, mas no pude. No fui capaz.

Vi tu dentadura. Como todo en ti es contraria a cualquier ideal de belleza. Tus dientes estaban ordenados abstractamente, con alturas extrañas, separados unos de otros o montados. El color marfil que antaño deberías haber lucido había dado paso a un color extraordinariamente negro en la base de tus piezas dentarias. La acumulación de sarro tan salvaje que posees sólo es comparable con las toneladas de mierda que se incineran cada día en una granja de vacas locas. Creo que posees la mayor acumulación de sarro y placa bacteriana en todo el continente. Las bacterias de tu placa no son absolutamente normales. Bacterias que miden más de dos milímetros, y que las ves correr entre tus dientes no es corriente entre la población humana. Para colmo presentas una difiodoncia en tus dientes incisivos superiores, exacta a la de los Lagomorfos, osea, los conejos. Ahí es donde nace la maldad de tu halitosis.

Tus muelas picadas presentan huecos tan enormes que hubieras sido capaz de guardar en ellos una tableta entera de chocolate. Desafortunadamente los tienes alquilados como chalets para las bacterias.

En la entrada de tu boca te tuvieron que tatuar un símbolo de “Peligro, Emanación de Gases Letales”, ya que entre tanta podredumbre incluso te había nacido moho, despidiendo gases con peligro para la salud pública.

A todo esto, yo no había soltado el bote de ambientador, y seguía expulsando el producto sobre tu tórax, dejándote una mancha que resbalaba por tu canalillo.

Sin más, y estando yo más en el otro barrio que en este, acercaste tus labios con la intención de besarme. Observé cómo por el esfuerzo te sangraron las encías, pero no un sangrado normal, sino una mezcla de sangre podrida con pus que resbaló por los entresijos de tu boca. Me retiré, quise poner resistencia, pero utilizaste tus dotes de víbora, so guarra, y me eructaste en plena cara. Aquello fue como una anestesia. Caí redondo en mi inconsciencia, y fue cuando aprovechaste para besarme.

Tan sólo fueron dos segundos, pero tan inmensamente largos... Jamás pensé que un periodo de tiempo tan sumamente corto pudiera hacerse tan eterno.

Tu hediondez me traspasó el esófago, tus dientes tocaron los míos. Tu bigote rozó mi labio superior y una de tus múltiples espinillas reventó salpicándome las mejillas. Tus labios llenos de herpes se movían de una manera viscosa, como una medusa en su medio natural. Lo peor de todo estaba a punto de suceder. Mientras el lunar peludo de tu nariz barría mi cara, las verrugas de tu lengua se exaltaban en mi boca emergiendo y abultándose, llegándome incluso hasta la campanilla. Sin duda cuando quise darme cuenta ya había tocado los pelos de tu paladar, que más que pelos eran cerdas de lo duras que eran. Una bacteria trató de escapar de tu boca achacosa, y se fugaba por la comisura de tus labios, pero con un gesto rápido de verruga de lengua la volviste a encerrar.

El ambientador seguía emanando hacia tus pechos, que rápidamente habían reaccionado alérgicamente y se habían inflamado de una manera atroz. Tus pestañas postizas peinaron las mías, y tu eterna legaña hizo pestañing (puenting para legañas) y fue a caer en mi mejilla derecha, sobre los restos grasientos de tu espinilla explotada, por lo que resbaló por mi cara acercándose peligrosamente a la comisura de tus labios, donde la misma bacteria aprovechó, y cogiendo el tren de la grasa cayeron juntas hacia el abismo. Antes de estrellarse fueron rociadas por una fuerte cantidad de ambientador revenido, lo que las hizo aumentar de tamaño súbitamente. Chocaron con violencia contra las malas costuras de tus pezones, lo que hizo que reventaran y que tus prótesis salieran disparadas contra mí, provocando nuestra separación, en definitiva, mi liberación.

Tú fuiste impulsada escaleras abajo, rebotando en los escalones debido a la elasticidad de tu culo. Yo por el contrario choqué contra una ventana, rompiéndola y cayendo a un tejado profundamente perturbado por lo que había sucedido en esos segundos.

Las prótesis siguieron su trayectoria vertiginosamente acelerada hasta caer en una caja de alimentos que alguien transportaba hacia el Restaurante Chino “Tea & Tas” famoso en la ciudad por servir suculentos platos de comida china con nombres eróticos y panes con formas pornolúdicas.

Al menos yo caí sobre un tejado, y aunque me disloqué una muñeca, mis problemas no pasaron de ahí.

Sin embargo tú, que rodaste por las escaleras de acceso a la planta inferior, rebotaste en los escalones, como un balón de baloncesto en la cancha. Causaste el pánico entre la gente que estaba tomándose allí sus copas, escuchando música con alborozo. De pronto vieron aparecer una enorme bola cayendo por las escaleras, rebotando y gritando palabras incoherentes y agudas. Las niñas se llevaron las manos a los pelos, gritándose unas a otras, asustadas porque se les venía el mundo encima.

Todo el mundo corrió sin dirección para no morir aplastado. Todos excepto un chaval embriagado, que creyó ver una enorme pelota de feria viniendo hacia él, y se dispuso a recibirla con las manos abiertas. La suerte quiso que sus manos se incrustaran en los huecos que las prótesis te habían dejado en los pechos, y todo el peso de tu cuerpo cayera irremediablemente sobre él. El chico quedó impactado tras ser aplastado, y cuando tuvo consciencia de que no eras ninguna pelota gritó, aún con las manos en tus pechos. Tú algo conmocionada, en vez de gritar le eructaste, lo que puso histérico a aquel chaval embriagado. Como pudo te levantó, y la verdad es que no sé de dónde sacó tanta fuerza, y sin dejar de gritar te lanzó contra las escaleras, cayendo inmediatamente desmayado.

Tú rebotaste, y fuiste a estrellarte directamente contra la cabina de música, donde el pincha bailaba una canción de Rocío Jurado. El estruendo fue tremendo. Los daños incalculables. El equipo quedó destrozado, los discos volando, y la música se cortó repentinamente mientras el dj agonizaba entre cables, vidrios y discos de Tamara. La gente espantada hacía corro alrededor de la cabina descuartizada, pero nadie decía ni una palabra.

La última canción que sonó en aquella noche de fiesta fue una canción de Cañita Brava que el láser del reproductor de Cd’s destrozado leyó sobre las huellas digitales de tus pies. Finalmente lo último que se oyó antes de que vinieran varias ambulancias fue un tremendo eructo que soltaste antes de caer desmayada, y que hicieron temblar los cimientos del edificio. Yo lo noté porque aún seguía en el tejado, semiinconsciente, con el bote de ambientador en la mano purificando el aire de la calle, el cual tuve que abandonar para sujetarme a las tejas y no caerme de la altura de dos pisos mientras duraba el temblor de tu flatulencia.

Tres meses después, y tras incesantes visitas al odontólogo para desinfectar mi boca, por fin he conseguido olvidarte y superar el trauma que me embargaba.

Lo único que me gustaría conocer es en qué suculento plato habrán ido incluidas tus prótesis, y sobre todo quién habrá tenido el valor de comérselas.