viernes, 11 de marzo de 2011

¿Quién Pone Las Reglas?


Los días de los preparativos habían sido muy duros. Ocultar los pasos que daban ante la familia, las faltas a clase en el instituto, y las ausencias en el centro de menores donde 4 de ellas cumplían condena preventiva no fueron fácilmente solapados.

Afortunadamente contaban con una serie de partes médicos, y un sello que Dragostea había robado en un descuido de la enfermera unos meses antes, cuando le diagnosticaron el Principio de Alzheimer. Antes de que la enfermedad la corrompiera a tan temprana edad, más de lo que de por sí ya estaba, decidió compartir sus últimos momentos de lucidez con sus amigas más cercanas, las que había conocido en el correccional de menores, donde estuvo secuestrada 4 meses de su vida.

Compraron unas botellas de ron, whisky y chupitos en un 24 horas próximo al domicilio de Belén, sin que ésta apareciera por la tienda, lógicamente, pues ya la había atracado tres veces. La anciana que regentaba la tienda se había armado con un puñal, y era seriamente peligrosa, pues su vista degenerada le jugaba malas pasadas, hasta el punto de haber apuñalado a un saco de patatas al confimdirlo con un ladrón.

Aquella noche se fueron al monte armadas con sus botellas, una tienda de campaña, sacos de dormir, y su valor, que no era menos importante. Además Elena no resistió la tentación de llevarse una navaja suiza atada a su tanguita rojo. Por el contrario Mari José, a la que el mundo conocía como Mariajo, y últimamente como Ajopringue debido al olor de su aliento, lo que se llevó dentro de una de las copas de su sostén fue un crucifijo. El cristo, por supuesto, se había desclavado una mano y se la había llevado a la nariz, debido a que el olor a sobaquillo era preponderante.

Llegaron finalmente a bosque cerrado, sobre las 10 de la noche. Prepararon la tienda de campaña, los sacos, la cena, y una estupenda hoguera alimentada por el calor del whisky y el ron tostado que tanto le gustaba a Verónica y a Tere, las hermanas que saltaron a la fama por incendiar su casa con 10 años. Verónica era pirómana reconocida y buscada por las autoridades. Al calor de la hoguera que Dragostea había preparado con tanto mimo, los efectos del whisky y el ron caliente empezaron a sentirse en el cuerpo de las jóvenes, cuyas edades no superaban los 15 años. Entre risas, vasos, música disco, y juegos infantilmente pervertidos dejaron que la noche tomara sus cuerpos, cubiertos bajo el amparo de una luna llena, brillante, una luna de plata que acabaría teñida de sangre.

Verónica se había quedado absorta incinerando una ramita, cuando Dragostea sintió un fuerte quemazón en su interior. Su sonrisa se apagó fulminantemente. De pronto se levantó y se adentró en el sotobosque con su mochila a cuestas. Entre chistes y la lujuria del alcohol Elena acarició el filo de su navaja, y un brillo maligno, reflejo de la hoguera chispeó en sus ojos. Tere lo vio, sintiéndolo en su alma, y un ardor íntimo la embriagó en deseo.

Dragostea apareció de entre las sombras, con la cara desencajada, pero con la mente en otro sitio fuera del bosque. La única frase coherente que pudieron oír las demás fue: "¡Chicas, me ha bajado la regla!" Entonces comenzó a bailar sobre la hoguera, aceptando una extraña bebida que un emigrante imaginario le ofrecía. Su mente volaba hacia las nubes de un lejano país, donde sus habitantes plantaban corazones. Comenzó a lanzar multitud de compresas usadas a modo de aviones kamikaces, que quedaron desparramadas por todo el lugar. Lo más duro fue cuando le tocó un millón de yenes, y pretendía que los árboles le despacharan pacharán.

Ajopringue se dio cuenta de lo que había sucedido. A Dragostea le había bajado la regla, y no se había puesto una compresa. ¡Se la había fumado! Entre las risas estruendosas y el absorto estado de Verónica quemando su ramita, Tere se dio cuenta de que el ardor íntimo que había sentido al ver los ojos de Elena no era otra cosa mas que a ella también le había bajado la regla. Muerta de vergüenza salió gritando adentrándose en el bosque, donde su grito se perdió en la noche, en los confines del país lejano donde se había quedado Dragostea gastando su millón de yenes. .

La ramita de Verónica acabó extinguiéndose en sus manos, y cuando despertó de su letargo observó una mancha roja a la altura de la cremallera de su pantalón. Gritó desesperada, pues había olvidado sus tampones en el penitenciario. Agarró una barra de pan y arrebatándole la navaja a Elena, quedándola por consiguiente sin su tanga, abrió de un tajo la barra y le sacó la miga. Antes de usarla se quedó de nuevo absorta mirando para la hoguera. Observó el pan que tenía entre sus manos y dirigiéndose a Elena le enseñó lo que tenía entre sus manos.

  • Mira Elena, tiene Cabello de Ángel- dijo de forma mística.
  • Pero qué dices, si sólo es miga de pan respondió con desinterés.
  • Ya, pero tiene pelos de Angel, el panadero.

Elena sintió que el estómago y la vida le daban vueltas. Intentó salir corriendo, pero tropezó con una roca (una migmatita, para ser más concretos), cayendo al suelo. A todo esto Verónica se había colocado la Miga de Pan a modo de compresa y volvía a estar absorta con la hoguera. Elena se reincorporó, pero no pudo llegar demasiado lejos. Lo suficiente como para vomitarle encima a Ajopringue. Ésta, muerta de asco, lanzó un grito que llegó hasta el país de Dragostea y Teresa, y la embriaguez en la que estaba sumida no le dejaron ver que a la chica que le había vomitado encima también le había bajado la regla de la impresión. De hecho, mientras seguía vomitando dentro de su mochila se clavaba afanosamente un cartabón. Ajopringue, descompuesta de espanto, se quitó su jersey vomitado, salpicando la vida absorta de Verónica, que seguía quemando ramitas. Lanzó la prenda a la hoguera, y alzó los brazos al cielo, clamando clemencia.

Verónica acercó la punta de su ramita al pecho desnudo de Ajopringue, para que observara el rojo incandescente del infierno. Pero el infierno estalló en aquel lugar, cuando se produjo una tremenda deflagración en el lugar donde las chicas habían acampado, la cual fue sentida en una población cercana, desde la cual alertaron a la policía y a los bomberos. Las emanaciones del cuerpo de Ajopringue en forma de metano habían provocado una tremenda explosión, que lanzó los cuerpos de las chicas a varios centenares de metros, provocando un incendio que pronto fue sofocado.

Al realizar las investigaciones pertinentes, la policía achacó el crimen a un depravado sexual, al encontrar multitud de compresas lanzadas por el bosque. La pista definitiva fue un bocadillo relleno con un tanga y un crucifijo, que milagrosamente se había salvado de la pira infame que sesgó la vida de 5 adolescentes.

El análisis de ADN reveló la identidad del supuesto asesino. Ángel el panadero fue acusado de 5 asesinatos y violaciones reiteradas. No volvió a ver la luz del día, mientras las 5 adolescentes gastaban su millón de yenes en un extraño país, tomando exóticas bebidas que preparaban extranjeros en las nubes de colores donde quedaron sus vidas.