viernes, 30 de diciembre de 2011

Recuerdos

Tras atravesar el umbral, la puerta se cierra silenciosa, dejándome en una tenue penumbra a la que mis ojos tienen que adaptarse lentamente. Al fondo, muy al fondo consigo ver una luz pobre y titilante de alguna vela que seguro habré olvidado apagar antes de salir de mi habitación.

Al fondo a la derecha, el baño, cómo no, y justo enfrente está mi cuartito. Es en él donde guardo mi pedacito de mundo, que está hecho a base de corta y pega de recuerdos de todos mis viajes por las 14 placas tectónicas que forman el planeta. Y del planeta he llenado yo de recuerdos mi habitación, que le dan su calidez y su color actual.

No es la luz de una vela la que alumbra mi estancia, sino el brillo de un recuerdo. Y recuerdo que yo soy parte de este minimundo que rapta la esencia de todas mis locuras ahí afuera.

Recuerdo el cuadro de Nueva York, que dota al cuarto de profundidad inmensa, perdida hasta el atardecer del sueño americano.

Y el sueño me lleva hasta la cama, recuerdo de las noches de París, donde la cama dejaba de ser dura para convertirse en blanda cuando tanta gente nos uníamos en una bacanal de olores y sabores de la vida.

Pero de tanta muchedumbre que pasó por este lecho, mi pequeña alcoba con visión al mundo sólo conserva tu perfume. Una mezcolanza de vainilla, sándalo y juventud que embarga la estancia aunque hace años que no has vuelto, ignorando mi soledad enfrentada al mar que se asoma al pie de mi ventana.

Y Las noches quedan rotas por sus olas, que traen el recuerdo de los miles de mensajes recibidos en botellas, que se atesoran en la más recóndita esquina de mi mente, mientras las botellas vacías se acumulan en un rincón de la habitación, tras el armario.

De los caprichos del viaje a Asia Oriental por India, China y Pakistán me quedo el recuerdo de este armario tan grande y espacioso, en el que cabemos perfectamente tú y yo, en el que estamos tan a gusto dentro, sin necesidad de que nadie nos encuentre entre la parafernalia y el carnaval. Los lunes y martes a media tarde suenan en esta habitación los recuerdos de Río de Janeiro, al ritmo del son de un berimbau y un pandeiro que me traen los sonidos de la samba de Brasil y su capoeira. La tarde de los miércoles dejan paso a la sobriedad del silencio, sólo roto por la caída de la ceniza de un cigarrillo al suelo, ceniza que se vuela con el viento del Pacífico, el que se cuela por mi ventana, evocando Madagascar, que agita las cortinas de telas de colores rojos, ocres, naranjas y amarillos de los atardeceres cálidos del continente africano, donde algún día nació tu libertad.

Aunque no estás ya más aquí conmigo, y aunque tampoco te he encontrado ya dentro de mi armario, el recuerdo más importante que de ti ha quedado ha sido la luz de tu mirada, que hoy se torna pobre y titilante en una llama de recuerdos, vacilante ante el viento que llega de Poniente.

Y sin más te vas porque no estás, y en realidad me dejas tan sólo que las paredes se vuelven blancas y puras, como el recuerdo que me queda de los hielos perpetuos de la Antártida. Y miro al horizonte y no veo nada…, sólo nieve blanca y suave, tan esponjosa como la pared almohadillada de mi habitación, que no puedo tocar porque mis manos están presas en esta camisa de fuerza que son los recuerdos de mi vida, alrededor de un mundo fantástico que quizás no exista, que quizás sólo esté lleno de recuerdos y colores, que quizás… quizás… quizás…..