sábado, 22 de diciembre de 2012

Estación en Curva


Nuestras miradas se cruzaron en la línea 5. Yo entraba y tú salías del vagón. Embelesado por tus ojos metí el pie entre el coche y el andén, cayendo estrepitosamente sobre dos viajeras. ¡Maldita estación en curva! En tu giro hiperbólico tu fular escarlata  quedó atrapado en la puerta. Desde el suelo alargué mi mano sin alcanzarte, viéndote correr cuando el tren avanzó, atrapando tu vida en tu garganta. Más velocidad, sin que nuestras miradas se perdieran entre la desesperación y la impotencia. De pronto la oscuridad. Próxima parada y sólo veo  tu fular cayendo  al suelo.

Metro de Madrid Informa

Metro de Madrid Informa
Disfrute de su trayecto en metro siendo éste más placentero si usted cede su asiento a ancianas adorables. Regale una sonrisa cuando se abran las puertas y entre un tropel de gente, done unos céntimos a los pordioseros que amenizan su trayecto con fantásticas historias y músicas imposibles, lea novelas fantásticas en las estaciones, donde conviven tantos personajes de la literatura universal actual e histórica en cada rincón de la red dentro de su nuveo kindle. Y al salir no olvide cerrar la puerta para que no se escape el gato. Le deseamos un feliz viaje en Metro de Madrid. ;)

El largo adiós

De Chamartín a Diego de León sigo tu perfume, tu rastro oculto en los vagones del metro de Madrid. Navegando entre transbordos, las puertas del tren se cierran para llevarme hasta la última estación. Allí estás tú, principito. Te encuentro distraído, en el otro andén de mi destino. Tú esperas tu tren y yo abandono el mío. Al llegar, el viento del convoy azuza tus cabellos, desdibujándose tu figura entre la multitud de la hora punta. Y dando el largo adiós a la línea seis y a la cinco, me abandonas a mí, la estación y a tu destino.

lunes, 2 de enero de 2012

Cena de Navidad con Sorpresa

- Niñooo! ¿Te puedes estar quieto de una vez?

Marta estaba en un estado histérico, y le gritaba a todos y a todo lo que se encontraba a su paso. Debía estar todo perfecto para esta noche tan especial. Celebraban por tercera vez consecutiva la cena de Nochebuena. La primera vez fue lógicamente el 24 de diciembre. El 25 por la noche cenaron las sobras de la cena del 24, que ya estaban ligeramente rancias, junto con las sobras de la comida de navidad. Y hoy día 26, Marta invitó a un amigo muy especial a cenar, aún siendo consciente de que su familia era demencial, a cada cual peor.


- Abuela, súbase las bragas!!, Rodrigo, ven ayudarme a la cocina, que se me va la sopa!!, Rocío, pon bien las faldillas que están todas arrugás, y quita ese mantel, que está lleno de mierda!


- Pero si acabo de sacarlo de la lavadora, Marta…


- ¡Pero si tiene más manchas que el dálmata! Anda, plánchalo y dale la vuelta. ¡Niño, pero no puedes parar de correr un poco? ¿Se puede saber qué hace este niño con mi maquinilla de depilarme? Rodrigo, ¿no puedes controlar a tu hijo? ¡Pero ahora no, primero atiende la sopa!


El niño siguió pululando por el angosto salón, lleno de sillas y trastos, gritando, y como es normal en un niño de 5 años hiperactivo, dando guerra.


- ¿Pero se puede saber quién viene esta noche, hija? – Preguntó la abuela.


- Abuela, que soy su nieta, no su hija. Viene mi cibernovio a cenar.


- Ahh – respondió la abuela queriendo comprender qué le había dicho su hija, la que decía que no era su hija, sino su nieta.


Rodrigo se quedó contemplando el cuerpo de la media docena de cigalas que había comprado para arreglar la sopa de marisco de la cena de esta noche, y deseó ser una cigala. Rodrigo siempre deseaba cosas imposibles, y como tampoco tenía muy clara su identidad sexual, decidió cantarles a los crustáceos emulando al Cigala.


- ¡Rodrigo, la sopa! – le increpó Marta - ¿Pero se puede saber dónde tienes la cabeza? – gritó mientras le quitaba los bichos rosados de las manos y los echaba en los restos de la sopa de Navidad.


- Estaba en mi concierto – respondió Rodrigo anonadado – Y has matado a mi público. Les has cocido – gritó mientras esbozaba unos sollozos de dolor profundo.


La abuela se levantó y colocó las sillas en el salón, apartando la silla coja, dejándola a un lado. El niño se había encerrado en una habitación y en mitad de su lucidez intelectual, se pasó largo rato eructando diversas palabras, y notas musicales de extraño gusto.


- ¿A qué hora viene tu novio? – preguntó Rocío, mientras terminaba de colocar los platos sobre el mantel recién planchado.


- ¡En 10 minutos, así que daros prisa! ¡Abuela, las bragas! ¡Niño, so guarro, para ya la serenata! Y tú, Rodrigo, ¿no puedes controlar a tu hijo?


- ¿Pero conoces de algo a tu chico? – Le volvió a preguntar Rocío.


- ¡De follar con él por Internet! – respondió de forma maleducada y elevando la voz!


- ¿De qué hija? – preguntó la abuela, ajustándose el sonotone, creyendo que no había entendido bien lo que había entendido tan nítidamente.


- ¡De volar en el tren, abuela, de volar en el tren! – le respondió más resignadamente – Abuela, cuídese ese Alzheimer.


- No, hija…., si ese era un novio alemán que tuve en la postguerra. Luego me casé con tu padre.


Marta se quedó pensando en la aberración que había dicho su abuela. Según ella se había casado con su padre, es decir, con su propio hijo. Vio mentalmente el incesto, y se llevó la mano a la cara, para no desesperarse más.


- Niño, ¿te puedes parar un poco? – le volvió a gritar mientras le daba una colleja, y el niño se adentraba en la cocina, y volvía a salir corriendo.


De pronto sonó el timbre del portero automático. Todo se quedó en silencio, y los 5 quedaron petrificados. 3 segundos, 3 interminables segundos, que acabaron con otro toque en el telefonillo. Nadie se movió, hasta que otro ruido familiarmente conocido les hizo reaccionar. La abuela había soltado uno de sus nauseabundos pedos. Es la reacción lógica por comer tanto puré de verdura.


- ¡Abuela, las bragas! ¡Niño, estate quieto! ¡Rodrigo, pon los villancicos! ¡Rocío, el ambientador, o mejor el desodorante, joder con la abuela! ¡Abuela, pero qué hace con las bragas!


El frenesí colectivo se contagió hasta al niño, que se puso a colocar los cubiertos, mientras Marta se recomponía su vestido y su postura para contestar al telefonillo.


- ¿Siii? – Dijo con un tono calmado y melodioso, mientras observaba por el rabillo del ojo con recelo a su familia.


Tras su respuesta un ruido infernal salió del auricular, ensordeciendo a quien había llamado.


- ¡Jesús! ¡Qué ruido! – se oyó desde el otro lado del telefonillo.


- ¡Jesús! ¡Qué sorpresa! – exclamó Marta fingiendo sorpresa - ¡Has venido antes de lo que esperábamos! Sube, sube – dijo, colgando el aparato.


- ¡¡Rápidoooo, un minuto, y Jesús está arriba! ¡Todos en sus puestos!


- ¿Quién es Jesús, hija? – preguntó la abuela mientras se sentaba en su butaca.


- ¡Abuela, las bragas! – ¡Mi cibernovio, coño!


- ¿En qué quedamos, Jesús o Toño? – respondió la abuela enfurruñándose.


El tan ansiado comensal llegó hasta la puerta, algo ofuscado por subir 7 plantas sin ascensor. Marta le recibió con un beso, algo extrañada, pues no era exactamente como se había descrito por Internet. Parecía algo más calvo, y nunca le había comentado que usara gafas de miope.


- ¡Jesús! ¡Qué escaleras! – ¿Podrían ofrecerme un vaso de agua, por favor?


- Pero hombre, no seas tan formalista, que hablamos hace un año, le respondió con una risa fingida al hombre – Ven, Jesús, que te presento a mi familia y enseguida cenamos


- Pero es que yo no…


- ¡Que no seas tímido! – Le interrumpió ella - ¡Oh! Muchas gracias – le dijo arrebatándole un libro que llevaba entre las manos, y dejándolo abandonado encima de una cómoda – No tenías que haberme traído nada.


Y después de hacer formalmente todas las presentaciones, se colocaron para cenar en la mesa.


- Jesús, tú siéntate a mi lado, le dijo, acercando la silla que la abuela, tan presta, se había encargado de alejar.


Marta retiró la sopa de marisco del fuego y la acercó a la mesa. Comenzó a servir en los platos de los comensales, y de manera muy digna repartió una cigala en cada plato. Los villancicos sonaban en una melodía armoniosa, al fondo de la habitación. El niño no le quitaba ojo al extraño, y Rodrigo seguía inmerso en su concierto.


Marta se sentó, y empezaron a sorber la sopa. El desconocido no abría la boca, y se sentía cohibido al lado de Marta. La habitación comenzó a tomar un cierto olor a herrumbre, a algo quemado. Marta no le quitaba ojo al extraño, pero no le miraba enamorada, sino más bien extrañada.


De pronto se hizo un nuevo silencio. Los villancicos habían parado, y ya nadie sorbía la sopa. El siguiente sonido fue una ventosidad de la abuela, que se había quedado traspuesta en el sofá.


- ¡Abuela, las….! – Marta se cortó antes de acabar la frase.


La minicadena continuó con la reproducción de los villancicos, pero los de la nueva versión que el niño había grabado esa tarde. Noche de paz, noche de amor a ritmo de eructos. El extraño se ruborizó en extremo.


- ¡Niño, te puedes…! – Pero Marta tampoco pudo terminar la frase. De pronto vio horrorizada por qué su cibernovio no había aún probado la sopa. En vez de una cigala le había servido una maquinilla de depilar rosa, y ahí flotaba, en mitad del plato, liberando restos de vello púbico.


- ¡Ahhhhhh! – Gritó desesperadamente, mientras el extraño se encogía aún más, el Cigala salía de su concierto, el niño desaparecía de la escena, Rocío les ignoraba a todos y seguía sorbiendo la sopa y la abuela lanzó una nueva emisión de gas a la atmósfera.


Tres fuertes golpes sonaron tras una puerta, que acabó abriéndose. Salió un perro dálmata del tamaño de un caballo, y sin que nadie lo evitara, acabó bajo las faldillas, acercándose peligrosamente al brasero, soltando babas por doquier.


En ese momento un sms llegó al teléfono de Marta.


- Llegaré más tarde, no me esperéis a cenar. Remitente: Jesús Cachas Cibernovio.


Marta alzó la mirada contra el puto calvo con gafas de culo de vaso que se había sentado a su lado, y sin controlar el timbre de su voz gritó:


- ¡Pero se puede saber quien coño eres tú, inmundicia de mierda!


- Yo soy testigo de Jehová, señorita – Le respondió sin mirarla directamente a los ojos – Yo veía a leerles el nuevo testamento.


- ¿Quéééééé? ¡Me cago en Dios y en la Virgen del MotoCross! Largo de esta casa, blasfemo de mierda.


Al hombre le entraron los 7 males, y raudo se levantó de la mesa, despidiéndose lo más educadamente que pudo de la familia. La única respuesta que obtuvo fue una nueva ventosidad de la abuela, y un adiós, dicho con eructo, del niño.


El perro salió de debajo de las faldillas, con las bragas de la abuela incendiadas en la boca, y las soltó a los pies del testigo de Jehová, mientras escapaba a su cuarto con el rabo entre las piernas, ahogando el sentido del olfato del sujeto, y apenas moribundo y nauseabundo por el aroma, acertó a decir:


- ¿Me devuelve mi Evangelio, señorita?


- ¡Me cago en Dios y en la Virgen del Abrigo de Pana! - y retorciéndole una oreja le echó con una patada que hizo rodar escalera abajo al testigo de Jehová. – Toma tu Biblia – dijo, lanzándosela como un obús, y clavándole una esquina en el ojo.


Marta cerró la puerta con un portazo, tomó aire para enfrentarse a su familia, y se plantó en mitad del salón, sofocando las bragas incendiadas, mientras observaba a cada uno de ellos, pensando qué tendría que gritarles en esta ocasión.


La abuela, adormilada en su sofá, se tiró otro pedo.