De
Chamartín a Diego de León sigo tu perfume, tu rastro oculto en los vagones del
metro de Madrid. Navegando entre transbordos, las puertas del tren se cierran
para llevarme hasta la última estación. Allí estás tú, principito. Te encuentro
distraído, en el otro andén de mi destino. Tú esperas tu tren y yo abandono el
mío. Al llegar, el viento del convoy azuza tus cabellos, desdibujándose tu
figura entre la multitud de la hora punta. Y dando el largo adiós a la línea
seis y a la cinco, me abandonas a mí, la estación y a tu destino.
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