miércoles, 22 de diciembre de 2010

A las 4


El reloj marcaba las cuatro. Extrañamente las campanadas que anuncian la hora no habían sonado aún. El viejo reloj de carillón del salón ya no funcionaba como antes. se había estrellado contra el suelo la pasada noche Tras el temblor de tierra, pero no se había roto, sin embargo no funcionaba igual. Algo le había pasado, y Ana lo sabía. El cuarto de estar ya no era el mismo sin el sonido de las campanadas a las cuatro.



La luz se filtraba por los cristales de alegres ventanales como cada día. Los programas del corazón de la televisión hacían mella sobre los personajes públicos, inventando a famosos salidos de programas basura, como todas las tardes.

La vecina de arriba, como de costumbre a esa misma hora, sacudió el mantel lleno de migas sobre el balcón de Ana. Eso le molestaba intensamente, pero le gratificaba la visita de los cuervos, que iban allí a comerse las migajas.

Desde la calle se oyó un ruido de motor. El mensajero del quinto salía, como cada tarde, de viaje a Valladolid.

El péndulo del reloj seguía con su histérico tic-tac, pero las campanadas no sonaban aún.

Ana estaba nerviosa. No era normal en ella, y menos a las cuatro de la tarde. Se había producido un cambio en la rutina, y eso la alteraba enormemente.

El hecho de que se rompiera uno de los constituyentes de la tarde no podía significar nada bueno.

Ana, alterada, se mordía las uñas con un intenso nerviosismo. Esperaba la llamada de Isaac, pero ya se retrasaba dos minutos de lo habitual.

La tarde empezaba a cambiar drásticamente. La rutina de cada día estaba variando, y su estado nervioso empeoraba por momentos.

Miró hacia el balcón, y vio con desagrado cómo los cuervos no estaban picoteando las migas de la vecina de arriba, sino que estaban despedazando una paloma blanca que se había aventurado a acercarse a reclamar unas cuantas migajas, pero que había terminado descuartizada sobre el suelo de terrazo del balcón.

Ana sintió ganas de gritar. Todo estaba saliendo al revés. Las manos le temblaban e Isaac no llamaba. El reloj marcaba las cuatro y cinco, pero las campanadas no habían sonado.

De pronto un tremendo ruido llegó desde la calle. Ana miró tras los cristales, y vio que los vecinos del edificio de enfrente, los que parecían formar el matrimonio ideal, estaban discutiendo alocadamente.

El sonido fue causado porque la mujer le tiró una silla a su marido, pero éste la esquivó y cayó por la ventana, estrellándose directamente contra la luna del Renault Clio de Ana.

Tomó aire, abrió la ventana, y se disponía a expulsarlo dando uno de sus estridentes gritos cuando el teléfono sonó. Se quedó con las ganas, pero soltó el aire despacio y se dirigió al teléfono.

Lo cogió y respondió pensando que era Isaac. Ya le estaba echando la bronca por tardar tanto en llamar cuando la voz de una mujer joven le dijo:

- Perdone señorita, ¿es el Parador Nacional de Benavente?

Ana no pudo hacer otra cosa mas que soltar un excéntrico grito al auricular del teléfono inalámbrico que sostenía entre sus manos, grito que pareció durar eternamente.

Cuando su voz no pudo gritar más, desde el otro lado del teléfono se oyó otro grito, pero de mayor intensidad que se le clavó en el oído. Ana, estupefacta ante aquella situación sólo pudo hacer una cosa: gritar aún más a la loca que le gritaba a ella por teléfono. Durante veinticinco largos segundos sólo se oyó por el teléfono el grito de Ana, pero después se unió a su grito el de la loca del otro lado de la línea. Las dos se gritaban incesantemente, y Ana, en un arrebato de ira se dirigió hacia los cristales de alegres ventanales, abrió una de las ventanas, y sin parar de gritar ni ella ni la loca, lanzó con todas sus fuerzas el teléfono inalámbrico al vacío. Pero el teléfono no cayó a la calle como ella esperaba. Ni siquiera cayó encima de su Renault Clio como había caído la silla, destrozando su parabrisas. No. El teléfono fue gritando desde la mano de Ana, cruzando el aire de la calle a excesiva velocidad, hasta la casa del matrimonio perfecto, atravesando la ventana abierta y dándole a la mujer en la cabeza, tirándola al suelo.

Ana, al ver a dónde había llegado el teléfono con la voz de la loca gritando se calló un segundo, pero cuando la mujer cayó al suelo Ana gritó aún más intensa e insistentemente que antes.

La mujer se reincorporó y cogió el teléfono, que seguía gritando. En un ataque de nervios se puso a gritar ella también, y lanzó el teléfono hacia la cara de su marido. Le dio directamente en la nariz, y el hombre, histérico perdido, gritó aún más fuerte de lo que lo estaba haciendo la loca del teléfono inalámbrico.

Cogió el artilugio del suelo entre los gritos de su mujer, los de Ana, los suyos y los de la loca, y lo lanzó sin saber a dónde lo lanzaba, pero con tal mala suerte que salió despedido por la ventana y lo lanzó contra la vecina de arriba de Ana, que seguía sacudiendo manteles con migas en su balcón, donde los cuervos despedazaban los restos sangrantes de la paloma muerta y barrían el balcón con sus plumas.

Mientras, el reloj de carillón de la sala de estar de Ana marcaba las cuatro y diez minutos.

El teléfono incidió directamente en uno de los pechos de silicona de la vecina de arriba reventándoselo, y cayendo la prótesis encima de la cabeza de Ana, que gritaba al son de los gritos del matrimonio perfecto, los gritos que empezaba a dar la vecina de arriba y los gritos de la loca del teléfono, el cual estaba cayendo al vacío, hasta que se estrelló contra la luna trasera del Renault Clio de Ana.

Mientras, el reloj, con once minutos de retraso, daba las cuatro campanadas al son de los gritos de Ana, los gritos de la mujer y del marido del matrimonio perfecto, los gritos de la vecina de arriba y los gritos de la loca del teléfono estrellado contra el Renault Clio, la cual, creyendo que marcaba el teléfono del Parador Nacional de Benavente, marcó el teléfono del hospital psiquiátrico de Santa Cristina, y conectó con la habitación 349, la habitación de Ana, la loca del teléfono.

2 comentarios:

Stultifer dijo...

Y mientras fumo, mi pipa yo consumo. Da igual si suenan las campanas a las 4 o a las 10. Lo llevamos dentro.

Israel - Milho dijo...

Y lo soltamos en forma de grito, verdad? Gracias por tu comentario!!