martes, 28 de diciembre de 2010

Para Que No Me Olvides

La casa era desconocida para todo el grupo, excepto para Josema, que conocía con exactitud dónde se guardaban los cuchillos usados en las veladas más exclusivas.

El ascenso fue duro, complejo en algunos tramos transitados por viejos aldeanos a los que tan sólo les quedaba uno o dos dientes en su rostro, curtido por el tiempo y las nieves que habían coronado jornadas anteriores las colinas por las que nunca corrió ni Heidi ni Niebla.

Silvia, aunque agotada por el peso de su mochila, no cesaba de reír y alegrar la penosa subida al resto de sus compañeros de aventuras, de aventuras no sexuales, claro está. Para eso ya llevaba ella una doble vida, destacando entre las demás de su oficio por su original color de pelo azul fosforescente, algo verdoso aquellos días, quizás porque lo usaba como klynex ante la falta de dichos pañuelos de papel, quizás por el agua hiperclorada malintencionadamente de la piscina en que trabajaba Aitor, quien por cierto, esos días curiosamente libró, aún sabiendo que las ancianas reclamaban en los vapores de sus bikinis veraniegos sus atenciones y sus cuidados más selectos tras las duchas o las puertas de los vestuarios.

El camino hasta Béjar fue corto pero intenso para Noemí, conocida entre sus amistades más selectas como Do Re Mí, 9000, o No Te ví, ya que le tocó viajar sola en un autocar de línea de lo más cutre, aferrándose en repetidas ocasiones a causa del peralte de las curvas, a la pierna del hombre calvo y panzudo que se había sentado a su lado, en la parte trasera del autobús. No en pocas ocasiones la inocente chica de pelo rizado y ojos misteriosos sostuvo en sus manos algo más que la celulítica pierna de aquel hombre excitado por los chistes sobre logaritmos neperianos que él mismo solía contarse ante visitas descorteses. Sus ojos se entrecruzaban con el azul de cielo ante el suave tacto de la mano intranquila de Noemí, ya que además ésta se había entregado a un profundo sueño lleno de navajas y bisturís algo oxidados.

En la estación de la Ciudad la esperaban ansiosos el resto de grupo, aguardando su ausencia en el coche escuchando alguna canción de Mónica Naranjo y Raffaella Carrá, obsequio de Israel.

El bus llegó con cinco minutos de retraso, tiempo suficiente para que Juan se impacientara y se arrancara algunos pelos (de la cabeza).

El autobús paró, pero el pasajero no despertaba. Noemí advirtió una mancha en sus pantalones, y decidió pasar por encima de él, intentando no llamar su atención. Pero al apoyar su mano en la cara del hombre y clavarle el hueso nasal en el cerebro, éste emitió un ligero alarido, acallado por un extraño ruido dirigido a la cara del anciano seguido de una extraña pestilencia que Do Re Mí repartió por el resto del Autobús.

Entró en el coche, y el olfato agudo de Miriam lo captó, aunque no dijo nada por vergüenza ajena, ya que durante el viaje ella también tuvo un ligero derrame (no cerebral).

No pudieron llegar a Sanchotello con tanta gente, así que Kit-Kat, el famoso coche, les abandonó y se fue solo hasta llegar a la Casa de los Malos Humos.

El grupo hubo de ascender dos kilómetros de colina hasta llegar al dichoso pueblo.

Javier, Javi para todos, no había soltado prenda desde que el coche les abandonara descaradamente en una Pegmatita Fosilífera Precámbrica. Alicia sin embargo ascendía la colina ligeramente, usando su sostén como gorrómetro, midiendo con él la dirección y la fuerza del viento, viento frío que rasgaba el placer de sus lágrimas.

Al llegar al pueblo fueron recibidos con insultos y amenazas, algunas piedras voladoras (para más información eran migmatitas anfibólicas), y huevos pasados de fecha. Sin duda habían llegado a un pueblo Mormón, y la visita de Geólogos ateos no les hacía ninguna gracia.

Sin embargo los habitantes de Sanchotello no sabían que se enfrentaban a Juan, el hombre de los mil efectos sonoros. Dio un aullido-eructo que petrificó a las ancianas en sus ventanas, quedando como cruzianas en su arenisca. Algún diente quedó para el registro fósil.

Aún un niño subido en las escaleras de una vieja mansión semiderruida tuvo la osadía de amedrentar con improperios a los chicos que subían en silencio para no generar más escándalo. Mas el niño no callaba. Su abuela le observaba desde el balcón divertida, a la vez que amenizaba su concierto de improperios tirándoles castañas pilongas.

Alicia se adelantó al resto, ascendiendo elegantemente por la escalera para encararse al niño. El niño no se amilanó ante su presencia, y siguió farfullando desprecios hacia los jóvenes. Pero el chaval cerró la boca cuando, ante la atónita mirada de la abuela, Alicia le mostró lo que ya no ocultaba su sostén.

Triunfal bajó de nuevo las escaleras mientras la abuela le regaba con castañas la cabeza. Noemí ya no soportó más lo de las castañas, y recogiendo unas cuantas del suelo se las lanzó a la abuela directas a la jeta. Una de las castañas sustituyó imperceptiblemente su ojo de cristal, y otra reventó una de las múltiples verrugas de la anciana. Ante los gritos de dolor Josema le lanzó otra, con entrada directa a la garganta, lo que causó que la mujer comenzara a toser desesperadamente, y en un alarde de pedir auxilio resbaló, partiendo la barandilla carcomida del balcón y cayendo sobre la cara boquiabierta de su nieto.

Aunque el estado de esa familia era lamentable Juan se acercó a ellos y les dijo:

- Y si queréis la revancha, silvad!!

Pero claro, ¿cómo iban a silvar?

Prosiguieron su camino sin más incidentes que un excéntrico repollo venido del cielo incidió directamente en el pelo de Silvia, arruinándole el peinado.

Atravesaron el pueblo, deteniéndose a beber agua en un viejo caño cuyo agua procedía directamente de la nieve derretida de las rañas cercanas. El cartel que coronaba la fuente aclaraba la verdadera procedencia:

"AGUA DE MIERLA"

Abandonaron el término municipal de Sanchotello, y no tuvieron que ascender más de cien metros para llegar a la Casa de los Malos Humos, propiedad de Josema.

Quedaron todos sorprendidos, ya que no se esperaban una casa de ese estilo. No tenía jardín, pero tenía mucho campo “pa correr”. La sobriedad de la fachada invitaba a entrar, pero tan sólo una persona poseía la llave para poder entrar en la casa. Josema miró con recelo al resto de sus compañeros, y arrodillándose ante Miriam le suplicó que le diera la llave, aunque sabía que eso le supondría un castigo nocturno...

Juan comenzaba de nuevo a impacientarse. Necesitaba ir al baño con urgencia y arrebatándole la llave que tanto le había costado conseguir a Josema abrió precipitadamente la puerta y entró, sin pedir permiso, directo al retrete.

Josema no dijo nada, pero en sus ojos se vislumbraba un deseo de venganza ante aquella osadía, que si bien Juan era su amigo, pero no le había dado permiso para entrar antes que él en la casa.

Mandó pasar a todos y los llevó al salón. El gesto en sus caras era común a todos ellos. Sus sonrisas se habían congelado por la Onda de Rosby Polar que esa semana atravesaba la Península, al igual que el agua de las tuberías del baño en el que Juan pretendía mejitar. Finalmente tuvo que salir al exterior, al campo pa correr, y orinar a seis grados bajo cero.

Mientras tanto Javi, Silvia, Alicia, On The Beach, Miriam y Josema fueron buscando acomodo, extendiendo sus sacos en el suelo para refugiarse del intenso frío. Sacaron las provisiones de las mochilas. Al tiempo Miriam las iba colocando por orden alfabético ante la chimenea, procurando que también estuvieran en orden decreciente.

Silvia originó el fuego en la chimenea con su Chispa Natural, pero fueron las cuatros mujeres las que consiguieron excitar el fuego con su Baile del Pañuelo.

De pronto un paquete de carne comenzó a derramar sangre por el suelo. Javi se quedó estupefacto, saliendo al exterior sus miedos infantiles. Las chicas pararon sus risas y a Josema le brillaron las pupilas. Con naturalidad la recogió con papel higiénico que posteriormente arrojó al fuego.

Un fuerte olor a hemoglobina incinerada embargó la Casa de los Malos Humos, y desde ese momento comprendieron el por qué de llamarla así.

Prepararon la parrilla para asar la carne y los vegetales de la dieta herbácea de Monteví. Las risas volvieron al cálido salón. La carne aún sangrante que Juan había traído descansaba en paz en un plato vado.

Nadie conocía la razón de por qué Aitor no pudo acudir a la cita, pero no cabía duda de que estaba presente entre ellos en cuerpo y alma. Sobre todo en cuerpo. Fresquito, bien preservado.

El calor del fuego había reavivado los corazones enamorados de Miriam y Josema, quien recibió su castigo por adelantado. Pero como eso sucedió de puertas para adentro, y no se puede contar…

La cena ya estaba casi lista, cuando alguien se percató de que Sesma no estaba. No había estado con ellos desde que entraron a la casa. Las pupilas de Josema volvieron a brillar ante las ascuas de la hoguera.

No Me Dí se asomó a la ventana y vio a Juan quieto ante la nieve, absorto ante el Eclipse de Luna que se estaba produciendo el 14 de Diciembre de 2001. Dibujó una sonrisa en su cara a la vez que un corazón en el vaho del cristal de la ventana. No fue ella, sino Alicia la que se dio cuenta de que Juan no estaba mirando el eclipse, sino que estaba paralizado por el frío.

Sin protegerse ellos mismos salieron a por Juan a la intemperie. Salieron todos excepto Elemí, que se había quedado perpleja ante la complejidad de los cañones ya poco visibles de la superficie de la Luna, y Sesma realmente había pasado para ella a un segundo plano.

Introdujeron a Juan hacia el interior de la casa, arrimándole a la chimenea para darle calor. Pero su cuerpo se había congelado, y no hubiera sido capaz de articular ninguna palabra. Un toque de Josema hizo que el cubito de hielo se balancease, y ante la estupefacta mirada de todos se estrelló contra el suelo, rompiéndose en mil pedazos, algunos de los cuales fueron a reposar sobre el brócoli carbonizado. El sonido fue similar a un vidrio roto, y la única persona capaz de decir algo dijo:

- ¡Ostias!

Juan había desaparecido de sus vidas como un viejo vaso roto. Las risas se habían detenido. Miriam se llevó la mano a la boca para no gritar y Silvia no fue capaz de cerrar los ojos ante lo sucedido. Javier apartó la mirada del suelo y vio el corazón dibujado en el cristal.

- ¡Noemí! – exclamó.

Sin embargo Do Re Mí ya no se encontraba con ellos. La hoguera comenzó espontáneamente a originar pequeñas explosiones que llamaron la atención de todos los presentes. Los ojos perdidos de Juan se orientaron (polarizándose en la dirección NS) hacia la chimenea.

Fue Silvia la que se dio cuenta que las explosiones estaban siendo originadas por un goteo constante que provenía del interior de la chimenea. Se acercó y pudo comprobar que las gotas que caían eran rojas, densas, poco oxigenadas. Algo se rompió en el interior de la chimenea, y con gran estruendo cayó sobre el fuego reavivado el cuerpo maniatado y amordazado de Ya No Te Ví, yerto.

La caída del cuerpo produjo la rotura de la parrilla. La carne carbonizada junto con los vegetales y los restos de antebrazo de Sesma quedaron inutilizados, incombustibles, aunque Javi ya se había adelantado y con un palillo de pinchos morunos agarró un trozo de Juan y lo lamió como un Chupa Chups.

Silvia, desconsolada y desconcertada corrió a la cocina y allí se encerró. Josema trató de llevarla a razones, pero todo era inútil. Querían todos que saliera para que nada más pudiera sucederles, abandonar la casa lo antes posible. Blue Hair no decía nada, así que Miriam, temiéndose lo peor, consiguió forzar la puerta de madera de Cedro. Cuando la abrieron Silvia no se encontraba allí.

Silvia ya no se encontraba entre ellos, y eso Josema lo sabía. El cuchillo empapado en sangre que sujetaba entre sus manos presagiaba un trágico final.

Un absorto silencio empapó la cocina, y las miradas concentradas en Josema. ¿Por qué tenía él un puñal manchado de sangre?

- Os juro que yo no he tenido nada que ver en esto, chicos – decía nerviosamente – ¡Lo acabo de coger de la mesa! – gritó angustiado.

- ¿Pero por qué está lleno de sangre? – inquirió nerviosa Miriam.

- ¡Silvia¡ - gritó Alicia desesperada, con la voz en llanto.

De nuevo el silencio se hizo entre ellos. Lágrimas recorrieron diferentes mejillas, humedeciendo los rostros demacrados por el dolor. Miradas furtivas de unos a otros, sin atreverse a pronunciar ni una palabra, ni siquiera un sonido gutural.

El silencio de pronto se vio interrumpido por una alarma electrónica y el murmullo de un ventilador. Josema era el único que sabía de dónde procedía el sonido, ya que conocía perfectamente su casa. Pidió a los demás que le siguieran, y armándose de un valor desconocido en su persona hasta el momento se situó frente a la placa vitrocerámica. Apagó la alarma y lentamente abrió la puerta del horno que estaba justo debajo. Un fuerte olor a pelo reseco empañó su olfato, y Josema no pudo seguir. Fue Javi el encargado de sacar del horno una bandeja con la cabeza asada de Silvia, cuyo pelo ya no conservaba su color azul ni su peinado.

Miriam y Alicia se abrazaron sollozando y salieron de la cocina sin hacer más comentarios. Javi posó la bandeja en el fregadero y allí la tapó con un trapo de cocina. Cuando Josema y él salían de la cocina les pareció oír por última vez la voz de Silvia quejándose porque el trapo le quitaba la visión.

- Algo imposible – pensaron.

Quizá no tanto.

Josema se sentó en un sillón, asombrado por todo lo que estaba sucediendo alrededor. Javi sacó su teléfono móvil para llamar a la Policía, pero dentro de la casa no tenía cobertura, así que decidió ir hasta la puerta de entrada, y llegar a salir de la casa, poder llamar por teléfono.

Pero afuera se había desatado una fuerte tormenta de nieve y viento. Cuando Javi consiguió marcar y que le diera tono se produjo un fortísimo estruendo que rompió todos los cristales de la casa, incluidas las copas de Bohemia de la colección privada de la madre de Josema. La casa se iluminó por completo con una luz blanca intermitente potentísima. Un rayo había alcanzado a Javi, dejándole la coleta tiesa, como al resto de su cuerpo.

Josema corrió a socorrerle, pero lo único que encontró vivo fue el móvil, el cual agonizaba por la sobrecarga, hasta que su corazón de litio dejó de latir. Cogió al móvil y le apagó la pantalla. Le acarició la antena y le dio un beso de despedida. Lo introdujo en una pequeña caja de madera y lo incineró.

Tras echarlo al fuego se percató de que se encontraba totalmente solo. ¿Y Alicia y Miriam? ¿A dónde habían ido?

Josema abrió con sumo pudor la puerta del cuarto de baño, y se quedó perplejo ante el funesto espectáculo. Miriam yacía ahogada, con la cabeza dentro del inodoro, y Alicia miraba al infinito (y más allá....) ahorcada en la ducha con las cortinas de la bañera. Las dos habían sido amordazadas con papel higiénico, lo que le dio la certeza absoluta a Josema de la resistencia del papel que elegía para sus locuras íntimas.

Ya sólo estaba él. ¿Qué había pasado ese día? Ellos sólo habían ido a pasárselo bien, y todos sus amigos y su novia habían perecido en una noche absolutamente irreal. Una noche israelíquida.

Decidió salir, bajar al pueblo y pedir ayuda. Aunque sabía que tenía muchas posibilidades de no llegar nunca a su destino.

Caminó unos cuantos metros por el sendero cuando sorprendentemente él se cruzó en su camino. Clavó sus ojos en los de Josema, cegándole. La luz de su mirada impidió al chico darse cuenta que se estaba aproximando a él. Sólo cuando lo tuvo a su lado se percató de su cercanía, de su odio, del miedo que supone la certeza de saber que vas a morir a manos de aquel a quien amaste, pero que olvidaste fuera.

Josema le acarició, sabiendo que de todas formas todo estaba perdido. Se alejó dirigiéndose al pueblo, observando detenidamente las luces de las estrellas que esa noche brillaban con énfasis tras el eclipse.

Él dio la vuelta y miró de nuevo a Josema, esta vez por la espalda. Éste aguardaba el momento en que arremetiera contra él, que no se hizo esperar.

Josema avanzaba lentamente, con la cabeza alta. Una lágrima escapó de sus ojos cuando sintió la penetrante, ardiente y luminosa mirada de los ojos de Neón de Kit-Kat acercándose a gran velocidad.

El impacto fue rápido, certero y preciso. Arrastró al joven sobre su parabrisas, atravesando el pueblo a gran velocidad, saliendo a la senda por la que habían llegado su dueño y sus amigos, a los que había transportado y ni siquiera le ofrecieron una caricia de agradecimiento. Se precipitó por un angosto barranco, apagando sus ojos, apagando la vida de siete magníficos.

En la mesa un sobre sin abrir, ignorado: “Para Que No Me Olvides”